El primer instinto de Lenn fue salir para tomar aire. Luchó contra la corriente y lo consiguió.
Se encontraba en la más absoluta oscuridad. ¿Estaba sólo? No, no era posible.
Sintió que la fuerza del agua le arrastraba, aunque no identificó adónde, y entonces un tirón de la cadena que lo unía a Wayra le hundió de nuevo en las profundidades.
Aunque pataleó para evitarlo, al final se quedó sin fuerzas y se dejó llevar. Sintió el roce de algo duro y rasposo contra el hombro, pero estaba demasiado oscuro como para identificar el qué. La cadena tiró de nuevo con fuerza hacia un lado y repitió el proceso un par de veces en una especie de zigzag que hizo que le diera vueltas la cabeza.
Entonces sus pulmones comenzaron a arder y supo que no aguantaría mucho más tiempo.
Tras un último tirón la corriente de agua se ralentizó hasta casi detenerse. Sobre su cabeza a varios metros de altura apreció la luz de la superficie, borrosa, cada vez más apagada... Y a Wayra nadando a toda velocidad hacia arriba. La cadena le arrastró junto a ella, esta vez con algo más de delicadeza que antes. Cuando sacó la cabeza del agua, llenando sus pulmones de aire, su vista se aclaró y sus músculos se reanimaron.
—Hacia allí. —Apuntó a un amplio banco de arena depositado sobre una masa de roca.
Una vez fuera del agua, temblando y tosiendo, la chica se dejó caer de espaldas mientras recuperaba el aire a bocanadas.
—La próxima vez dejaré que te ahogues.
Él fue a disculparse y entonces se dio cuenta de que la joven había dejado un reguero de gotas rojas a lo largo de la orilla. Cuando lo siguió con la mirada descubrió que tenía un corte por debajo de las costillas, que no dejaba de sangrar.
—¡Estás herida!
Se apresuró a buscar la capa que había comprado para detener la hemorragia, pero al alzar la mirada con la prenda en la mano se encontró con una mueca de fastidio, mientras la cazatesoros examinaba el corte.
—No es más que un rasguño de las rocas.
—Parece más que un rasguño —insistió al tiempo que se acercaba.
Sin embargo, ella le detuvo con una mirada. Con la calma de un veterano de guerra rebuscó en su mochila hasta dar con una caja de latón. Dentro había vendas y otros artilugios, más propios de un kit de costura que de uno de primeros auxilios.
Entendió lo que pretendía, así que trató de acercarse más.
—Déjame ayudarte.
—No. Quieto.
Obedeció con una mueca de contrariedad y se sentó, aunque no dejó de balancear la capa en sus manos mientras observaba, temblando de ansiedad y dispuesto a intervenir en cuanto lo juzgara necesario.
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Aztilan: La ciudad perdida
Fantasía*Historia en progreso* Incluso cuando todo parece perdido, la esperanza se abre camino. Wayra es una tecayari, una de los pocos que quedan tras la destrucción de su cultura a manos del Imperio Vör hace cuatro siglos, debido a la peligrosa magia que...