Capítulo 13 - (2/3) - Rumiel

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De cerca, la casa era todavía más impresionante. Tenía un edificio principal y dos alas laterales. A lo largo del lado izquierdo, bajo un extenso porche, habían colocado una línea de postes junto a un abrevadero para que los invitados amarraran sus caballos. A pesar de esto, se apreciaba el tejado de los establos en el extremo. Supuso que sería más cómodo para visitas rápidas como la del sheriff, de hecho, había un caballo ya allí, con la cabeza metida en el pilón.

Paralelos al otro lateral, los arbustos que había visto antes, perfectamente cortados, se distribuían formando un laberinto. En algunos de ellos se apreciaban los primeros capullos de flores blanquecinas.

Además de la amplitud, la mansión tenía al menos dos plantas y numerosas habitaciones, a juzgar por cada una de las ventanas. Todas ellas contaban con su propio balcón, cuyo tamaño delataba el tipo de habitación. Los más grandes, como uno justo encima del porche, debían de ser salones. Hasta la barandilla de este voló Kanti, en un intento de espiar el interior a través de las cortinas.

A Lenn le habría gustado admirar los detalles y decoraciones de la fachada, pero no tuvo tiempo. Wayra subió los escalones de la entrada de dos en dos y golpeó la puerta mediante una de las argollas. No tardó en escucharse el crujido de varios cerrojos y las dos mitades del portón giraron sobre sí mismas, dando lugar a una joven con el pelo recogido en un moño y vestida con camisa, falda y delantal.

Al principio les recibió con una sonrisa cortés pero, en cuanto reconoció a Wayra, su expresión se avinagró.

—No. No eres bien recibida aquí. Márchate.

Fue a cerrar, pero la tecayari detuvo la puerta con el pie. La chica lo intentó de nuevo con una exclamación de sorpresa, sin resultado. De inmediato, la cazatesoros apoyó una mano sobre la madera para impedir un tercer intento.

—Ayani sabe que veníamos. No trates de mentir porque ha avisado a todo el mundo. Ve e infórmale de que hemos llegado —dijo con un resoplido.

La sirvienta la observó con los ojos muy abiertos, boqueando igual que un pez, incapaz de decir palabra. Al final, cogió aire, los laterales de la nariz le aletearon y frunció el ceño.

—Después de cómo trataste al señor la última vez, no debería dejarte entrar —masculló.

—¿Qué ocurre aquí?

Una segunda criada apareció detrás de la primera, de mayor edad y más robusta que su compañera. Por el uniforme a medida que llevaba, debía ser el ama de llaves.

—Avisad a Ayani. No me hagáis perder más el tiempo.

—Hazte a un lado, Josie.

—Pero...

—Ea.

La joven obedeció con la cabeza baja y la mujer ocupó su lugar en el hueco de la puerta. Aunque la abrió un poco más, continuó sin dejarles entrar. Se cruzó de brazos y alzó la barbilla.

Aztilan: La ciudad perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora