Al principio, Arvid había avanzado por el distrito comercial a paso rápido; sin embargo, en cuanto llegó al distrito industrial, echó a correr casi sin darse cuenta.
Según lo que le había informado el espía del Imperio, no habían dado aún con el acceso, pero sí habían precisado sus alrededores. Y estaban demasiado cerca. Si se llevaba a cabo una redada, no le cabía duda de que los encontrarían.
Tenía que sacar a todos de allí antes de que llegaran sus compañeros. No había tiempo que perder. Con esta idea en mente, presionó sus piernas todo lo que pudo.
Cuando llegó al acceso, un callejón de apenas un metro de ancho entre las paredes de ladrillo de dos naves, estaba sin aliento.
Se internó por él y se detuvo a mitad de camino para mirar por encima de su hombro. Agudizó el oído. Sólo se escuchaban los graznidos de las gaviotas en la distancia, sobrevolando el puerto fluvial de Lutavia.
Se giró hacia la pared, hacia la puerta escondida tras un mural que simulaba los ladrillos a su alrededor. Golpeó tres veces con rapidez y ligereza, esperó un segundo y tocó dos veces más con fuerza, para luego repetir los tres primeros sonidos. El santo y seña de la Resistencia.
—¿Quién va? —dijo una voz amortiguada por el acero macizo de la entrada.
—El arrullo del viento en una tormenta.
Numerosos cierres se abrieron con premura y Arvid no tardó en encontrarse cara a cara con un adolescente harapiento, con el rostro manchado de hollín y vestido con boina, chaleco y pantalones de trabajador, todos desgastados y llenos de remiendos. Sujetaba una pequeña lámpara de aceite.
—¿Coronel Ekström? ¿A qué se debe una visita a tales horas?
Arvid le apartó a un lado con una mano mientras entraba.
—¿Quién está de guardia hoy? Tenemos que vaciar los sótanos inmediatamente y sellar todos los túneles.
—¿Qué...?
Ya que el muchacho no dio muestras de moverse, el propio Arvid cerró la puerta. Se encontraban en el interior de una falsa columna dentro de la nave industrial, el comienzo de unas estrechas escaleras que conducían a un sistema de sótanos.
El soldado descendió por los escalones sin necesidad de que el joven le alumbrara el camino. Ya se lo sabía de memoria.
—Los espías personales del Emperador han dado con este escondite. Buscan al profesor Järnvik. Uno de los escuadrones de las fuerzas especiales estará aquí en seguida.
Aunque no le veía, el grito ahogado del chico le permitió imaginar su expresión.
—Hay que evacuar ya. Anda y avisa a quien esté de guardia. Yo me encargaré del profesor Järnvik y su equipo.
Llegaron al final de las escaleras, que se dividía en tres pasillos excavados en la tierra mediante hormigón, y se giró hacia el adolescente, expectante. El niño se estiró con orgullo y rebosante de disposición.
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Aztilan: La ciudad perdida
Fantasía*Historia en progreso* Incluso cuando todo parece perdido, la esperanza se abre camino. Wayra es una tecayari, una de los pocos que quedan tras la destrucción de su cultura a manos del Imperio Vör hace cuatro siglos, debido a la peligrosa magia que...