La construcción tenía más de cinco plantas unidas mediante escaleras excavadas en la fachada principal, con al menos un acceso en cada piso. Aun así, Wayra condujo al grupo al punto más alto, donde sólo había una entrada.
Ya que apenas había ventanas, el interior se encontraba en penumbra, así que encendieron tres antorchas: dos para el grupo de Hotah y otra para que Lenn iluminara a la joven.
Telarañas y plantas del color de la tierra cubrían las paredes y habían cubierto los restos de la mayoría de decoraciones y pinturas en las paredes. La humedad era mayor, si cabe, que en el exterior, aunque la temperatura era tan agradable como la de una cueva. En la lejanía, escucharon la caída de gotas sobre la piedra y distintos roedores deslizándose en la oscuridad.
La sala se encontraba vacía. Lo único destacable era el suelo, un mosaico que mostraba a una persona de perfil con un cuenco entre las manos, entregándoselo a una especie de deidad con cabeza de jaguar. No había ninguna otra entrada o salida más que la que habían utilizado. O eso parecía.
Tras pedirles que tuvieran cuidado con dónde pisaban, la chica se acercó a la figura del dios y con un dedo hundió la tesela que componía su ojo.
Con un chasquido, el suelo de una esquina se retiró, revelando el acceso a la siguiente sala, en la planta inferior.
Gracias a la precisión y el aplomo de la cazatesoros, atravesaron el laberinto de salas y túneles del piso sin ningún incidente, ni la más mera activación de trampas, hasta llegar a la última habitación del nivel, de nuevo una sin ningún otro acceso más que el de llegada.
La franja central del suelo estaba compuesta por baldosas de arcilla encajadas en huecos, con distintas formas y tamaños. En cada una de ellas había inscrito un carácter en tecayari. Lenn reconoció algunos, como una e invertida que representaba el sonido /ue/. Sin embargo, no comprendía a qué estarían haciendo referencia.
Además, frente a la pared del fondo habían tallado un altar de piedra con distintos grabados y dibujos, que no pudo apreciar bien mediante la luz de las antorchas.
Wayra evaluó con una amplia ojeada la parte más peculiar del suelo, prestándole especial atención a los símbolos.
Después, le hizo un gesto con la cabeza al chico para que le siguiera.
—Imita mis movimientos.
Con su agilidad característica saltó directamente a la segunda línea, a una baldosa con el tamaño de un plato y que se hundió debido al peso. Luego saltó a otra adyacente más pequeña y a una nueva en la siguiente fila, con la amplitud suficiente para que entraran dos personas. La cadena no le dio margen para más, así que Lenn siguió sus pasos tambaleándose con cada salto y sudando igual que si estuviera expuesto al sol del mediodía.
El resto del camino le pareció kilométrico y lo más demandante que había hecho nunca, así que cuando terminaron de cruzar lo celebró con una sonrisa cansada pero llena de orgullo. Wayra, en cambio, ignoró su alegría y se acercó al altar para examinarlo. Se agachó mientras lo acariciaba.
ESTÁS LEYENDO
Aztilan: La ciudad perdida
Fantasy*Historia en progreso* Incluso cuando todo parece perdido, la esperanza se abre camino. Wayra es una tecayari, una de los pocos que quedan tras la destrucción de su cultura a manos del Imperio Vör hace cuatro siglos, debido a la peligrosa magia que...