Su primer destino fue el puerto; sin embargo, debido a las festividades no saldría ningún transbordador hasta la mañana siguiente, así que cambiaron de planes.
Obtuvieron los materiales necesarios para crear un tinte, alquilaron una habitación en una taberna y la tecayari le ayudó a cortarse y teñirse el pelo.
Cuando terminaron, le evaluó con ojo crítico mientras le comparaba con el cartel. Hizo una mueca.
—No engañará a un escrutinio minucioso, pero será suficiente. —Y procedió a desgarrar el papel con saña.
El chico se pasó una mano por la cabeza. Tras decirle adiós a su media melena, ahora apenas tenía longitud suficiente para enterrar los dedos. Era... Extraño, aunque supuso que acabaría acostumbrándose, igual que al nuevo color. Negro como el carbón; aquel calificativo no podía ser más acertado, ya que carbón era la base principal que la chica había utilizado para fabricar la mezcla. Tendrían que aplicarlo de nuevo en un tiempo, pero así no perdería su color natural.
Contempló Wayra de reojo. Tras desquitarse con el cartel, se estaba encargando de tirar los restos.
Realmente, su palabra era inquebrantable. Se removió con culpa. En lo que llevaban de viaje no le había traído más que problemas. Tenía que ponerle remedio, compensárselo de alguna forma.
—Por favor, enséñame —dijo de pronto.
—¿Enseñarte? ¿Enseñarte el qué? —Alzó una ceja.
—Cualquier habilidad que sea útil para nuestro viaje. Quiero dejar de ser una carga para ti, ayudarte. Así que, por favor, enséñame lo que puedas.
La cazatesoros parpadeó con la misma sorpresa que si le acabaran de dar un discurso en un lenguaje desconocido.
Sin embargo, antes de que contestara, un golpeteo insistente en el postigo de la ventana le hizo darse la vuelta. Lo acompañaron un conjunto de graznidos frenéticos y, cuando abrió, Kanti entró a la sala como un remolino de plumas negras.
—Shh. Cuéntame qué ocurre. Despacio.
Wayra extendió el antebrazo para que se posara en él.
El animal lo hizo y repitió sus palabras mientras inclinaba la cabeza a los lados y agitaba la parte delantera de las alas.
Cuando terminó, la chica asintió con una expresión seria. Aunque Lenn no comprendió lo que Kanti decía, sí fue capaz de intuir lo que quería expresar y la tecayari confirmó sus pensamientos a los pocos segundos.
—Hotah y los suyos están aquí. Te están buscando.
—¿Qué podemos hacer?
La joven centró su atención afuera de la ventana y él dedujo que su mirada estaba clavada en un pequeño atisbo de puerto, bañado por los últimos rayos del atardecer. Imaginó lo que estaba pensando.
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Aztilan: La ciudad perdida
Fantasy*Historia en progreso* Incluso cuando todo parece perdido, la esperanza se abre camino. Wayra es una tecayari, una de los pocos que quedan tras la destrucción de su cultura a manos del Imperio Vör hace cuatro siglos, debido a la peligrosa magia que...