La hora del té

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Agustina estaba rodeada de otras bebedoras de té como ella, perfumadas con lavanda, de apariencia perfecta y estoica; de manitas enguantadas en encaje y sombreros del tamaño de fruteros

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Agustina estaba rodeada de otras bebedoras de té como ella, perfumadas con lavanda, de apariencia perfecta y estoica; de manitas enguantadas en encaje y sombreros del tamaño de fruteros. 

Los evaluadores miraban cada detalle y error de protocolo de las bebedoras, pasando mesa por mesa midiendo distancias entre cubiertos, curvaturas de espalda y movimiento de manos. 

La estancia tenía dos puertas, una gran araña de cristales, mantelitos blancos y estaba cubierta por un fastuoso papel de pared verde.

Ese desquiciante papel de pared verde, floreado y salvaje como la realidad. 

Cada vez que Agustina dejaba de observarlo para luego volver a mirarlo con discreción, éste cambiaba. No era un cambio demasiado perceptible, era algo sutil, un pequeño punto nuevo, un verde que se intensificaba, una flor que se iba abriendo, una gota de sangre recorriendo una hoja.

Una gotita de sangre asomándose desde el interior de su recta y elegante nariz.

¿Era eso realmente papel de pared? ¿Era eso té?

Agustina se desplomó en la mesita.

Agustina se desplomó en la mesita

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El gabinete de los horroresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora