—Sopla las velas —me ordenó papá—. Recuerda que debes pedir un deseo y no decírselo a nadie sino no se cumple.
Guardé con recelo mi deseo, por aquel entonces comprendía pocas cosas. Pero estaba segura de una cosa. Los deseos se cumplían.
Al principio eran deseos infantiles y dóciles. Pero cuando el mundo comenzó a hacerse oscuro y cruel a mi alrededor, mis deseos también mutaron.
Si me miraban mal. Deseo.
Si me trataban mal. Deseo.
Si me rompían el corazón. Deseo.
Nadie sospechaba, era raro, pero imposible. Según muchos, los deseos de cumpleaños no eran reales. Así que mi implicación en esas desapariciones era una quimera para el resto del mundo.
Pasaron los años, y con ellos muchos pasteles de cumpleaños, muchas velas de diferentes colores y alturas. Muchos amigos y amigas diferentes, parejas, compañeros de trabajo... Y poco a poco me quedé sola.
Ya no hay nadie que encienda las velas o que me prepare el pastel. Pero no importa, no necesito más deseos.
ESTÁS LEYENDO
El gabinete de los horrores
HorrorMi pequeña colección de microrrelatos de terror, dispuestos como fugaces pesadillas en una vitrina. Os doy la bienvenida a mi gabinete de los horrores...