Gabriel deseaba ver a sus abuelos y a su adorado periquito Mastroianni. Pero no había nadie esperándole.
Una oficina con desconchones de humedades, ceniceros llenos y máquinas de café obsoletas. ¿La luz al final del túnel era una oficina cutre? Se encontraba en una gran cola de espera.
—¿Esto es lo que hay después de la vida? ¿No existe el cielo?—preguntó al hombre que tenía delante.
El hombre se giró y le miró con sorna.
—Bueno... Existir existe, lo que pasa es que tú y yo estamos en el infierno —señaló el hombre—. El café es terrible, las colas son eternas y la burocracia... No me hagas hablar de la burocracia, chico.
—¡Esto es un error! ¡Yo no debería estar aquí!
Alguien le dio unos toquecitos en la espalda. Gabriel se giró y vio a un hombre de unos cincuenta años muy sonriente.
—Técnicamente, tú caíste encima de mi al caer por la ventana.
—¡Ostia! ¿Te he matado? Fue un accidente, me caí y... ¡No era mi intención, lo siento mucho! —se lamentó con sinceridad y dolor.
Una de las oficinistas pasó cerca de ellos.
—El infierno está lleno de buenas intenciones, cariño —dijo mascando chicle—. ¡Formularios! ¡Rellenen los formularios!
Gabriel miró a la funcionara con horror, estaba viviendo una pesadilla. De pronto, se percató de algo. Se giró hacia el hombre al que había matado por error.
—Yo estoy aquí por qué te he matado sin querer. Pero tú, ¿qué haces aquí? —preguntó desconcertado
—Venía de secuestrar a una chica —contestó como si estuviera contándole algo casual—. Teniendo en cuenta que las otras aún siguen en el sótano sin agua y sin comida... Pues no me voy a quejar por qué me hayan enviado aquí, vamos que me parece bien, además le he echado el ojo a una funcionaria rubia... Este sitio no está nada mal.
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El gabinete de los horrores
HorrorMi pequeña colección de microrrelatos de terror, dispuestos como fugaces pesadillas en una vitrina. Os doy la bienvenida a mi gabinete de los horrores...