MAFIA BOSS
"Me perteneces"Una noche fría en la ciudad del lujo, las gotas de lluvia golpeaban con fuerza contra el cristal del gran ventanal del dormitorio y mis ojos se mantenían cerrados mientras mi respiración era lenta y cuidada, intentando conciliar el sueño.
Un estruendoso sonido que provenía de la cocina, logró alterar mis sentidos y agitar mis pulsaciones, asustándome.
Con cuidado, me levanté de la cama y tomé el arma que había en mi mesilla, ocultándola detrás de mi espalda.
Sigilosamente, me dirigí al lugar de donde venían esos ruidos, llegando a la cocina. Una vez allí, la silueta de un hombre logró erizarme la piel, un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Alcé mi pistola lo suficiente como para estar apuntando a su cabeza y, por fin, las palabras salieron de mi boca.
–Si no quieres que tus sesos vuelen por los aires, te recomiendo que levantes las manos y te dés la vuelta muy lentamente – amenacé, manteniendo mi visual en la sombra que estaba frente a mí, manteniéndose serena, sirviéndose una copa como si nada estuviese pasando.
–Es muy feo que amenaces a tu propio marido a punta de pistola, muñeca – esa voz, esa maldita voz. Era inconfundible.
–¿Lando? – extrañada por su repentina presencia, bajé el arma y encendí la luz de la cocina, encontrándome con la figura del que yo solía denominar como "marido concertado".
–Hola a ti también, Juliette – musitó el británico, apoyándose en la encimera de la cocina, llevándose una copa de whiskey a sus labios, mirándome fijamente.
–¿Qué haces tu aquí? – pregunté, dejando mi pistola apoyada en la encimera de mármol, apoyándome en la pared, cruzándome de brazos.
–¿No puedo venir a mi propia casa? Vaya, eso es algo nuevo – una sonrisa burlona se instaló entre sus labios, jugando con hielo que estaba dentro del vidrio lleno con alcohol.
–No me refiero a eso – rodé los ojos – ¿no deberías estar en Italia renovando los tratados de paz con la mafia italiana? – en ese mismo instante, me dí cuenta de los rasguños que marcaban sus mejillas, haciendo que pequeñas gotas de sangre rodasen por su rostro.
–Hubo una serie de cambios durante la reunión – se dió la vuelta, dándome la espalda, mirando por la ventana que daba vistas al jardín de la mansion en la que ambos vivíamos desde el principio de nuestro matrimonio.
Por primera vez desde que esa conversación empezó, me acerqué lentamente a él, apoyando mi mano en su hombro, obligándole a girarse para verme de nuevo.
–¿Qué ha pasado? – murmuré bajito, notando como me miraba de reojo, dándome, al menos, algo de atención.
–Nada que debas saber – instantáneamente, giró la cara, ignorándome de nuevo.