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GISELLE

DURANTE UN LARGO RATO PARPADEO, horrorizada.

Y luego una voz en la cabeza me dice:

Esta es tu oportunidad. Está herido. Sus alas se han dañado. No podrá seguirte esta vez.

Me doy la vuelta y empiezo a correr en la dirección opuesta a la que tomé anoche. Pero apenas doy tres pasos antes de recordar la forma en la que se giró, para que cuando golpeáramos el suelo, él recibiera el impacto y no yo.

Pero nunca, nunca habría estado en esa po- sición si no hubiera sido porque él decidió volar de forma tan imprudente, en primer lugar. Le dije que no se encontraba en condiciones para volar. ¿Pero me iba a escuchar a mí? No.

Porque es un secuestrador empeñado en dominar al mundo.

Correr ahora mismo es lo único lógico que podría hacer.

Pero soy una pacifista. ¿Eso solo significa que estoy en contra de la guerra? ¿O que estoy en la obligación de ayudar a los que sufren? Vale, no soy médico y nunca hice un juramento hipocrático, pero, aun así.

Hay un ser vivo allí atrás, con dolor, herido y no hay nadie más alrededor que lo pueda ayu- dar.

Sin embargo, su gente lo encontrará. ¿Cierto?

¿Pero lo encontrarán a tiempo? ¿Cuánto tiempo le queda si continúa sangrando así?

Disminuyo la velocidad y miro hacia atrás.

Aún puedo ver el cuerpo tendido en el suelo. Inmóvil.

Mierda.

-No-me susurro a mí misma. No, no eres tan estúpida.

Cierro los ojos con fuerza y luego me doy vuelta para regresar.

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SE ME HACE dificil conseguir meter dentro al Primero. Pesa. De verdad que pesa.

En el interior encuentro algunos suministros de primeros auxilios y le coloco un vendaje alrededor del huello para tratar de detener la hemorragia. Luego continúa la enorme tarea de tratar de llevarlo adentro.

-Cielos-digo al cogerlo por los hombros y me las arreglo para moverlo unos centímetros.

Me limpio el sudor que me brota de la frente y luego lo intento de nuevo.

Pero, mierda, son las alas. Siguen atrapadas entre rocas, ramas o cosas que hacen que sea aún más difícil moverlo. Además, probablemente solo esté haciéndole más daño al tirar de él de esta manera.

Así que, finalmente, me quedo con el hecho de que tendré que volver a doblar sus alas para poder llevarlo a cualquier parte.

Además, esto sería mucho más fácil si tu- viera una especie de camilla. ¿No es así como mueven a la gente en las películas cuando están en la intemperie?

Corro hacia adentro, pero no encuentro nada más que una alfombra grande. Tendré que arreglármelas solo con esto.

Vuelvo afuera y la dejo en el suelo, a un lado del Primero.

Luego continúo con la ardua tarea de in- tentar colocar al Primero de costado. Requiero muchos intentos y, finalmente, me pongo de cuclillas para poder usar las piernas mientras lo llevo a esa posición, rodándolo hasta la mitad de la alfombra.

Intento mantener el impulso que conseguí y lo empujo aún más. Con un gruñido, finalmente me las arreglo para ponerlo boca abajo sobre la alfombra.

Jadeo horrorizada cuando le veo las alas.

-Oh, Primero -murmuro vacilante, tratando de alcanzar sus delicadas alas púrpuras iridiscentes y deshuesadas. Cuando empiezo a plegarlas, El Primero gime de dolor.

-Lo siento susurro, tratando de encontrar su forma natural, lo cual es difícil, ya que algunos de los huesos están rotos. No sé si sea mejor volver a plegarlas, o dejarlas abiertas para que sanen. Pero él no atravesará la puerta sin ellas, así que continúo lo mejor que puedo.

Finalmente, están plegadas en la mayor parte. Aunque el ala izquierda le sobresale torpemente de la espalda cuando, por lo general, están posicionadas de una forma tan natural que apenas se notan... Apartando el hecho de que, bueno, son alas.

Luego sigue la más ardua tarea de arras- trarlo hacia el interior. Gracias a Dios, no hay ningún escalón camino a la casa. Solo hay un leve borde en el umbral de la puerta principal. Tirar de la alfombra en lugar de mover directamente al Primero en verdad cambia las cosas.

Con el primer tirón, puedo moverlo varios metros y pronto me encuentro en la puerta principal. Hacerlo entrar por la puerta no ha sido nada fácil, pero al menos está inconsciente y no puede sentir todos los golpes. ¿Mañana podremos decir lo mismo? Bueno, mejor no pensemos en lo que sucederá mañana.

Llevo al Primero al centro de la sala y luego me desplomo sobre el sofá, respirando con dificultad.

Pero El Primero luce patético tendido boca abajo en la alfombra y sangra por del vendaje que le coloqué en el cuello. Está lejos de estar fuera de peligro.

Regreso a los suministros de primero auxilios que llevé del cuarto de baño a la mesa de la cocina y les doy un vistazo. Bien, hay peróxido de hidrógeno y algunas tiritas, ninguna de las cuales es lo suficientemente grande para tratar la herida del cuello.

Pero debo desinfectarla. No puedo imaginar lo sucia que estaba la boca de ese puma, pero si no la trato ahora, la herida seguramente se infectará. Solo esperemos a que El Primero permanezca inconsciente durante esta parte, porque realmente tendré que limpiar la herida.

Encuentro un par de paños viejos y desgas- tados en el armario, luego me agacho y coloco el peróxido a un lado del Primero.

Le retiro el vendaje improvisado y me estre- mezco. La sangre está acumulada, pero sangre fresca, roja y brillante vuelve a derramarse por encima de la vieja. Su sangre es del mismo color que la nuestra, ¿quién lo hubiera pensado?

Me sacudo el errante pensamiento e im- pregno el pequeño trapo en el peróxido, luego comienzo a limpiar la herida lo mejor que puedo.

Después de varias pasadas, cuando limpio la sangre y la suciedad acumulada y en verdad empiezo a tratar la herida, El Primero se agita.

Pero no es hasta que vierto generosamente peróxido sobre la herida, que los ojos del Pri- mero se abren de golpe y deja escapar un ru- gido.

Doy un salto hacia atrás cuando una pe- queña llamarada le sale de la boca.

-¡Detente!-le digo, llevándome una mano al corazón. ¡Estoy tratando de salvarte la vida!

-¡Eso duele! -ruge moviendo la cabeza en mi dirección, mientras sangre fresca le brota de la herida en su cuello.

Ahora me está haciendo molestar.

-Bueno, si no me hubieras secuestrado, ninguno de los dos estaría en esta posición. Ahora túmbate y aguanta. Esto arderá, pero podrías morir si no lo hago.

Levanto la botella de peróxido y la vuelco de nuevo, vertiendo más sobre la herida abierta.

Se le tensa todo el cuerpo, flexionando los enormes y musculosos brazos mientras me inclino sobre él. Tiene la mandíbula tan apretada que juro poder escuchar como le rechinan los dientes.

Tomo un paño limpio que aún no he utili- zado y lo aprieto contra le herida. Él deja esca- par otro gruñido animal, pero no dice nada más y mantiene la mirada fija sobre el techo.

Y luego, gracias a Dios, se desmaya.

mi bestia extraterrestre (extraterrestres darcy 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora