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URANO

Cuando sonó la campana para anunciar el comienzo de las clases de la tarde, los tres se levantaron y caminaron a la torre norte, para Adivinación

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Cuando sonó la campana para anunciar el comienzo de las clases de la tarde, los tres se levantaron y caminaron a la torre norte, para Adivinación.

Harry entrecerró sus ojos y cambió de lado, se colocó a la izquierda de Hera y tomó su mano.

Al acercarse a la trampilla recibieron el impacto de un familiar perfume dulzón que emanaba de la hoguera de la chimenea. Como siempre, todas las cortinas estaban corridas. El aula, de forma circular, se hallaba bañada en una luz tenue y rojiza que provenía de numerosas lámparas tapadas con bufandas y pañoletas.

Los tres se sentaron en la misma mesa redonda 

—Buenos días —dijo la tenue voz de la profesora Trelawney justo a la espalda de Harry, que dio un respingo. Era una mujer sumamente delgada, con unas gafas enormes que hacían parecer sus ojos excesivamente grandes para la cara, y miraba a Harry con la misma trágica expresión que adoptaba cada vez que lo veía, cosa que irritaba un poco a Hera.

—Estás preocupado, querido mío —le dijo a Harry en tono lúgubre—. Mi ojo interior puede ver por detrás de tu valeroso rostro la atribulada alma que habita dentro. Y lamento decirte que tus preocupaciones no carecen de motivo. Veo ante ti tiempos difíciles... muy difíciles... Presiento que eso que temes realmente ocurrirá... y quizá antes de lo que crees... 

La voz se convirtió en un susurro.

Hera levantó ambas cejas.

La profesora Trelawney los dejó y fue a sentarse en un sillón grande de orejas ante el fuego, de cara a la clase.

—Queridos míos, ha llegado la hora de mirar las estrellas —dijo—: los movimientos de los planetas y los misteriosos prodigios que revelan tan sólo a aquellos capaces de comprender los pasos de su danza celestial. El destino humano puede descifrarse en los rayos planetarios, que se entrecruzan...

—¡Harry! —susurró Hera momentos después. Éste parecía estar en otra parte.

—¿Qué? 

Harry miró a su alrededor. Toda la clase se estaba fijando en él.

—Estaba diciendo, querido mío, que tú naciste claramente bajo la torva influencia de Saturno —dijo la profesora Trelawney con una leve nota de resentimiento en la voz

—Saturno, querido mío, ¡el planeta Saturno! —repitió la profesora Trelawney, decididamente irritada porque Harry no parecía impresionado por esta noticia—. Estaba diciendo que Saturno se hallaba seguramente en posición dominante en el momento de tu nacimiento: tu pelo oscuro, tu estatura exigua, las trágicas pérdidas que sufriste tan temprano en la vida... Creo que no me equivoco al pensar, querido mío, que naciste justo a mitad del invierno, ¿no es así? 

—No —contestó Harry—. Nací en julio. 

Ron se apresuró a convertir su risa en una áspera tos. Hera sonrió un poco.

Media hora después la profesora Trelawney le dio a cada alumno un complicado mapa circular, con el que intentaron averiguar la posición de cada uno de los planetas en el momento de su nacimiento

—A mí me salen dos Neptunos —dijo Harry después de un rato, observando con el entrecejo fruncido su trozo de pergamino—. No puede estar bien, ¿verdad? 

—Aaaah —dijo Ron, imitando el tenue tono de la profesora Trelawney—, cuando aparecen en el cielo dos Neptunos es un indicio infalible de que va a nacer un enano con gafas, Harry...

Hera no aguantó y soltó una carcajada

Seamus y Dean, que trabajaban cerca de ellos, se rieron con fuerza, aunque no lo bastante para amortiguar los emocionados chillidos de Lavender Brown. 

—¡Profesora, mire! ¡He encontrado un planeta desconocido!, ¿qué es, profesora? 

—Es Urano, querida mía —le dijo la profesora Trelawney mirando el mapa. 

—¿Puedo echarle yo también un vistazo a tu Urano, Lavender? —preguntó Ron con sorna. 

Desgraciadamente, la profesora Trelawney lo oyó, y seguramente fue ése el motivo de que les pusiera tanto trabajo al final de la clase. 

—Un análisis detallado de la manera en que les afectarán los movimientos planetarios durante el próximo mes, con referencias a su mapa personal —dijo en un tono duro que recordaba más al de la profesora McGonagall que al suyo propio—. ¡Quiero que me lo entreguen el próximo lunes, y no admito excusas! 

—¡Rata vieja! —se quejó Ron con amargura mientras descendían la escalera con todos los demás de regreso al Gran Comedor, para la cena—. Eso nos llevará todo el fin de semana, ya verás. 

—¿Muchos deberes? —les preguntó muy alegre Hermione, al alcanzarlos—. ¡La profesora Vector no nos ha puesto nada! 

—Bien, ¡bravo por la profesora Vector! —dijo Ron, de mal humor.

Hera sonrió pero rodó los ojos.

𝐢'𝐦 𝐚 𝐠𝐞𝐧𝐢𝐮𝐬, 𝗵𝗮𝗿𝗿𝘆 𝗽𝗼𝘁𝘁𝗲𝗿.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora