Capítulo 30

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Al llegar de nuevo a Erebor, los terrenos cercanos estaban bañados de oscuridad y silencio. Decidimos tomar algo de ese aire tan puro de las montañas que llega del Norte y llamamos a los enanos. Al regreso de la compañía, la luz resplandece en las ruinas y un ejército élfico de enormes proporciones, uniformados con vestimentas ligeras y refulgentes aguarda impaciente órdenes. El resto de los enanos simplemente se acercan a la muralla e intentan fingir normalidad (o al menos eso es lo que me sucede a mí).

El aire frío ya no es agradable y siento una profunda agonía al estar apoyada en las piedras, intentando escudriñar al enemigo desde la lejanía. Puedo ver que los arcos no son las únicas armas, ya que también portan lanzas o espadas perfectamente elaboradas. 

El paisaje no es uniformemente brillante, ya que los hombres del Lago están presentes con aquellos materiales que han podido rescatar. Los hombres dispuestos a luchar son diferenciados claramente entre la multitud élfica: su actitud no es de obediencia, es de temor y rencor. 

Un enorme ciervo se abre camino entre las filas élficas mostrando a su dueño y a un acompañante. El rey Thranduil se presenta con el cuerpo erguido y vestido con la armadura que ayer decoraba su carpa. Su acompañante, Bardo, cabalga a lomos del mismo corcel blanco y con seriedad (todo lo contraria a la sonrisa segurar del elfito).

Ambos líderes llegan al umbral y son sorprendidos por una flecha que se clava cerca de los pies del ciervo. Bardo mira asustado al animal que orgulloso sigue su camino, al igual que su dueño.

Me giro y veo a Thorin, con una mirada de repulsión y el arma cargada para otro disparo.

— La siguiente te la clavaré entre los ojos. 

Miro horrorizada al rey elfo pidiendo perdón con la mirada (aunque no termino de comprender mi gesto). Éste, con media sonrisa dibujada en su cara, hace una leve inclinación con la cabeza.

Acto seguido, los elfos se mueven de forma coordinada hasta terminar apuntando a nuestras cabezas. La compañía se agacha intentando protegerse. Yo permanezco firme, mirando desafiante al rey (consciente de que si ayer no le hubiese entregado la piedra ni siquiera hubiera osado a mirarle así por las consecuencias). Thranduil levanta la palma. La multitud responde volviendo a sus posiciones iniciales.

—Venimos a decirte que hemos aceptado el ofrecimiento del pago de tu deuda.

—¿Que pago? —mi padre no ha bajado el arco corto en todo el momento—. Yo no os he dado nada: no tenéis nada.

El rey elfo mira al barquero que comienza a rebuscar en su abrigo (¡¿cómo se ha atrevido a guardar la joya en un sitio tan... tan... Aagg?!). Bardo mira a Thorin, aunque no para de mirar nervioso tanto a Bilbo como a mí (no sé si sabe que nos está delatando así... Pero no muevo ni un músculo por si acaso).

—Tenemos esto.

El arco de Thorin pierde la tensión lentamente; su mirada sin embargo, va cobrándose de ella.

—Tienen la Piedra del Arca—Kíli está demasiado impresionado-. ¡Ladrones! ¿Cómo habéis conseguido la reliquia de nuestra dinastía? Esa piedra pertenece al rey.

— Y el rey puede recuperarla: no nos oponemos—termina de guardársela de nuevo en el mismo bolsillo del abrigo (¿hace eso para torturarnos más?)—. Pero antes, debe hacer honor a su palabra. 

— Nos toman por tontos... —Thorin está cargado de ira—. Es una treta... Una argucia, ¡la Piedra del Arca está en esta Montaña!—Balin mira asombrado a Thorin—: Es una trampa.

— No.. no es ninguna trampa—mi corazón se detiene. Miro horrorizada a Bilbo y le agarro con fuerza la mano para intentar protegerle (de la manera más ridícula que se me ha ocurrido)—. Es la Piedra auténtica. Se la he dado yo. 

Hija de un rey (El Hobbit) Bilbo FanficDonde viven las historias. Descúbrelo ahora