Penelope, y cuando ella por fin lograba armarse de valor para decir algo
(aparte de las consabidas palabras de saludo y despedida), él la escuchaba, lo
cual le hacía todo más fácil la próxima vez.
Al final de la temporada, Penelope calculaba que Colin Bridgerton era el
único hombre con el que había logrado tener una conversación entera.
Eso era amor. Ah, eso era amor amor amor amor amor amor. Tonta
repetición de palabras, tal vez, pero eso fue exactamente lo que Penelope
escribió en una hoja de papel ridículamente cara, junto con las palabras:
«Señora Colin Bridgerton», «Penelope Bridgerton» y «Colin Colin Colin». (El
papel desapareció consumido por el fuego del hogar en el instante en que oyó
pasos en el corredor.)
Qué maravilloso sentir amor por una persona simpática, aún cuando fuera
el tipo de amor unilateral. Eso hace sentirse decididamente sensata.
Claro que no hacía ningún daño que Colin poseyera, como todos los
hombres Bridgerton, una belleza fabulosa. Estaba ese famoso pelo castaño
Bridgerton, esa boca ancha y sonriente Bridgerton, los hombros anchos, la
altura de seis pies [metro ochenta] y, en el caso de Colin, los ojos verdes más
pasmosos que pueden adornar una cara humana.
Eran el tipo de ojos que atormentan los sueños de una jovencita.
Y Penelope soñaba, soñaba y soñaba.
El mes de abril de 1814 encontró a Penelope de vuelta en Londres para
su segunda temporada, y aun cuando consiguió atraer al mismo número de
pretendientes que en la temporada anterior (cero), muy sinceramente la
temporada no fue tan mal en su conjunto. A esto contribuyó que había bajado
más o menos una arroba de peso y ya podía calificarse de «agradablemente
redondeada» y no «odiosamente gordinflona». Todavía distaba bastante de ser
el esbelto ideal de mujer que decretaba la época, pero por lo menos había
cambiado lo bastante para justificar la compra de todo un guardarropa nuevo.
Desgraciadamente, su madre volvió a insistir en el amarillo, naranja y una
ocasional pincelada de rojo. Y esta vez, lady Whistledown escribió:
La señorita Featherington (la menos necia de las hermanas
Featherington) llevaba un vestido amarillo limón que dejaba un regusto
agrio en la boca.
Lo cual por lo menos significaba que ella era el miembro más inteligente
de su familia, aun cuando el cumplido fuera hecho, efectivamente, del revés.
Pero Penelope no fue la única elegida por la mordaz columnista. A Kate
Sheffield, de pelo moreno, la comparó con un narciso chamuscado con su
vestido amarillo, y resultó que Kate fue y se casó con Anthony Bridgerton, el
hermano mayor de Colin, y vizconde por añadidura.
Así pues, Penelope mantuvo la esperanza.
Bueno, la verdad es que no la mantuvo. Sabía que Colin no se iba a casar
con ella, pero por lo menos bailaba con ella en todos los bailes, la hacía reír y,
de tanto en tanto, ella lo hacia reír a él, y sabía que con eso tenía que conformarse.