Continuaron en silencio un momento y entonces ella soltó:
—Colin debería marcharse.
—¿Cómo has dicho? —preguntó Anthony mirándola curioso.
—Debería marcharse. Viajar. No está preparado para casarse y su madre
no será capaz de refrenarse de insistirle. Tiene buena intención…
Se mordió el labio horrorizada. Era de esperar que el vizconde no pensara
que ella pretendía criticar a lady Bridgerton. En su opinión, no había una dama
más magnífica en toda Inglaterra.
—Mi madre siempre tiene buena intención —dijo Anthony, sonriendo
indulgente—. Pero tal vez tienes razón. Tal vez Colin debería marcharse. Y le
encanta viajar. Aunque acaba de regresar de Gales.
—¿Ah, sí? —musitó ella muy amable, como si no supiera perfectamente
bien que Colin había estado en Gales.
—Hemos llegado —dijo él, asintiendo—. Ésta es la casa, ¿no?
—Sí, muchas gracias por acompañarme.
—Ha sido un placer para mí, te lo aseguro.
Ella lo observó alejarse, después entró en la casa y se echó a llorar.
Justo al día siguiente apareció el siguiente relato en Ecos de Sociedad de
Lady Whistledown:
¡Vaya si no hubo emoción ayer en la escalinata de la puerta principal
de la residencia de lady Bridgerton en Bruton Street!
La primera fue que se vio a Penelope Featherington en la compañía,
no de uno ni de dos, sino de TRES hermanos Bridgerton, ciertamente una
proeza hasta el momento imposible para la pobre muchacha, que tiene la
no muy buena fama de ser la fea del baile. Por desgracia (aunque tal vez
previsiblemente) para la señorita Featherington, cuando finalmente se
marchó, lo hizo del brazo del vizconde, el único hombre casado del grupo.
Si la señorita Featherington llegara a arreglárselas para llevar al altar
a un hermano Bridgerton querría decir que habría llegado el fin del mundo
tal como lo conocemos, y que esta cronista, que no vacila en reconocer
que ese mundo no tendría ni pies ni cabeza para ella, se vería obligada a
renunciar a esta columna en el acto.
Por lo visto hasta lady Whistledown comprendía la inutilidad de sus
sentimientos por Colin.
Transcurrieron los años y casi sin darse cuenta llegó el día en que
Penelope se encontró sentada entre las señoras mayores que hacían de
carabinas, vigilando a su hermana menor Felicity, sin duda la única hermana
Featherington agraciada con belleza y encanto, que disfrutaba de sus
temporadas en Londres.
Colin se aficionó a viajar y comenzó a pasar cada vez más tiempo fuera
de Londres; no bien pasaba unos pocos meses en la ciudad, volvía a
marcharse hacia un nuevo destino. Cuando estaba en Londres durante la
temporada, siempre reservaba un baile y una sonrisa para Penelope, y ella se
las arreglaba para fingir que nunca había ocurrido nada, que él nunca le había
declarado su aversión en plena calle, y que sus sueños no habían sido
aplastados jamás.
Y cuando él estaba en la ciudad, lo que no ocurría con frecuencia, se
establecía entre ellos una apacible amistad, si bien no tremendamente profunda, que era lo único que podía esperar una solterona de casi veintiocho
años, ¿verdad?
El amor no correspondido nunca ha sido fácil, pero por lo menos
Penelope se acostumbró a él.