ser humano.
Eloise se echó a reír.
—Mira tú, y yo que creía que era un Dios menor.
Penelope se sorprendió sonriendo de oreja a oreja.
En eso Eloise se detuvo y se giró tan de repente que Penelope chocó con
ella y a punto estuvieron las dos de caer rodando por los últimos peldaños de la
escalera.
—¿Sabes qué?
—No logro ni empezar a elucubrar —repuso Penelope.
Eloise ni se molestó en hacer una mueca.
—Apostaría que ya ha cometido un error.
—¿Qué?
—Tú lo dijiste. Ella, o podría ser él, supongo, lleva más de diez años
escribiendo esa hoja. Nadie podría hacer eso tanto tiempo sin cometer un error.
¿Sabes qué creo yo?
Penelope abrió las palmas en un gesto de impaciencia.
—Creo que los demás somos tan estúpidos que no notamos sus errores.
Penelope la miró fijamente un momento y luego le entró un ataque de
risa.
—Ay, Eloise —dijo, limpiándose las lágrimas de los ojos—. Cuánto te
quiero.
Eloise sonrió de oreja a oreja.
—Y va bien que me quieras, solterona que soy. Tendremos que instalar
casa juntas cuando lleguemos a los treinta y seamos verdaderas viejas.
Penelope se agarró a esa idea como a un bote salvavidas.
—¿Crees que podríamos? —exclamó. Después de mirar furtivamente a
uno y otro lado del vestíbulo, añadió en voz muy baja—: Madre ha comenzado
a hablar de su vejez con alarmante frecuencia.
—¿Qué tiene de alarmante eso?
—Yo aparezco en todas sus visiones, sirviéndola a cuatro patas.
—Ay, Dios.
—Una expresión más moderada que esa me ha pasado por la mente.
—¡Penelope! —exclamó Eloise, pero sonriendo.
—Quiero a mi madre.
—Ya lo sé —dijo Eloise en tono algo apaciguador.
—No, de verdad, la quiero.
A Eloise empezó a curvársele la comisura izquierda de la boca.
—Ya sé que es verdad. De verdad.
—Es sólo que…
Eloise la interrumpió levantando una mano.
—No hace falta que digas nada más. Lo comprendo perfectamente. Yo…
¡Ah!, buen día señora Featherington.
—Eloise —dijo Portia, irrumpiendo en el vestíbulo—. No sabía que
estabas aquí.
—Soy tan sigilosa como siempre. Descarada, incluso.
Portia le sonrió indulgente.
—Supe que tu hermano ha regresado a la ciudad.
—Sí, todos estamos dichosísimos.
—Seguro que lo estaréis, en especial tu madre.
—En efecto. Está fuera de sí. Creo que ya está haciendo una lista.