Simplemente no era… popular.
Ah, sí que eran educados con ella, y toda su familia siempre la había
acogido amistosamente, pero en la mayoría de sus recuerdos, Penelope
estaba en las orillas del salón de baile mirando cualquier cosa que no fueran
las parejas bailando, fingiendo claramente que no deseaba bailar. Ella siempre
parecía agradecida, pero también algo avergonzada, porque los dos sabían
que él lo hacía al menos un poco por compasión.
Trató de ponerse en su piel. No le resultó fácil. Él siempre había sido
popular; en el colegio sus amigos lo admiraban y cuando entró en sociedad las
mujeres se agrupaban a su lado. Y por mucho que dijera que no le importaba lo
que pensara la gente, pensándolo bien…
Le gustaba bastante caer bien.
De pronto no supo qué decir. Lo cual era raro porque siempre sabía qué
decir. De hecho, tenía su cierta fama por saber siempre qué decir. Y
probablemente, pensó, eso era uno de los motivos de que cayera tan bien.
Pero tenía la impresión de que los sentimientos de Penelope dependían
de lo que le diría él, y en algún momento de esos últimos diez minutos esos
sentimientos se le habían hecho muy importantes.
—Tienes razón —dijo al fin, decidiendo que siempre conviene decirle a
alguien que tiene razón—. He sido un tonto insensible. ¿Qué te parece si
empezamos de nuevo?
Ella pestañeó.
—¿Qué quieres decir?
Colin movió la mano abarcando el entorno, como si ese movimiento lo
explicara todo.
—Empezar de nuevo.
Ella se veía adorablemente confundida, y eso lo confundió a él, ya que
nunca había pensado que Penelope fuera ni un poquitín adorable.
—Pero si nos conocemos desde hace doce años —dijo ella.
—¿De tanto tiempo? —Buscó en su cerebro, pero por su vida no logró
encontrar el momento de su primer encuentro—. Eso no importa. Me refería a
esta tarde, boba.
Ella sonrió, claramente a su pesar, y entonces él comprendió que llamarla
boba había sido justamente lo correcto, aunque la verdad no tenía idea de por
qué.
—Empezamos —dijo, subrayando la palabra con un majestuoso ademán
con el brazo—. Tú vas cruzando Berkeley Square y me divisas en la distancia.
Yo digo tu nombre y tú contestas diciendo…
Penelope se cogió el labio inferior entre los dientes, tratando, sin saber
por qué, de reprimir su sonrisa. ¿Bajo qué estrella mágica nacería Colin que
siempre sabía qué decir? Era el flautista encantador que sólo dejaba corazones
felices y caras sonrientes a su paso. Apostaría dinero, mucho más que las mil
libras que ofrecía lady Danbury, a que ella no era la única mujer de Londres
perdidamente enamorada del tercer Bridgerton.
Él ladeó la cabeza luego la enderezó, como para indicarle su turno.
—Yo contestaría… —dijo ella—, contestaría…
Él espero dos segundos y dijo:
—De verdad, cualquier cosa irá bien.
Ella había planeado pegarse una alegre sonrisa en la cara, pero
descubrió que la sonrisa que tenía en los labios era muy auténtica.