—Estoy bastante seguro de que pondría en peligro mi salud si fuera otra
mi intención.
Penelope estaba intentando encontrar una réplica ingeniosa cuando oyó
un sonido extraño, como de chapoteo. Miró al suelo y descubrió que una buena
parte del amarillento relleno de crema del pastelillo había caído sobre la
brillante madera. Levantó la vista hacia Colin y vio que sus ojos, ay, tan verdes,
estaban bailando de risa, aun cuando trataba de mantener muy seria la boca.
—Vaya, esto sí que es vergonzoso —dijo, decidiendo que la única
manera de evitar morir de humillación era declarar lo dolorosamente obvio.
—Sugiero que huyamos del escenario —dijo Colin, alzando una ceja en
un arco todo gallardo.
Penelope miró la cáscara vacía del pastelillo que todavía tenía en la
mano. Colin contestó haciendo un gesto hacia la maceta de una planta que
estaba cerca.
—¡No! —exclamó ella agrandando los ojos.
Él se acercó más.
—A que no eres capaz.
Ella miró el pastelillo, la planta y luego la cara de Colin.
—No podría.
—Con lo lejos que van las travesuras, ésta es bastante moderada —
señaló él.
Eso era un reto, y ella normalmente era inmune a esas tácticas infantiles,
pero la media sonrisa de Colin era difícil de resistir.
—Muy bien —dijo.
Cuadrando los hombros, dejó caer el pastelillo en la tierra de la maceta.
Retrocedió un paso para contemplar su obra, miró alrededor para ver si alguien
la estaba mirando aparte de Colin, y entonces cogió la maceta y la giró, para
que una rama frondosa ocultara la prueba del delito.
—No creí que lo harías —dijo Colin.
—Como has dicho, no es una travesura tan terrible.
—No, pero es la palma en la maceta favorita de mi madre.
—¡Colin! —exclamó ella, girándose con toda la intención de sacar el
pastelillo de la maceta—. ¿Cómo pudiste permitir…? Un momento. —Se
enderezó y entrecerró los ojos—. Esto no es una palma.
—¿No? —preguntó él, todo inocencia.
—Esto es un naranjo enano.
—¿Ah, sí? Vaya.
Ella lo miró ceñuda, o al menos esperaba que fuera ceñuda. Era difícil
mirar ceñuda a Colin Bridgerton. Incluso su madre comentó una vez que era
casi imposible reprenderlo. Él sonreía, ponía expresión contrita y decía algo
divertido, y entonces era imposible continuar enfadada con él. Sencillamente
imposible.
—Quieres hacerme sentir culpable —dijo.
—Cualquiera puede confundir una palma con un naranjo.
Ella reprimió el impulso de poner en blanco los ojos.
—A excepción de las naranjas.
Él se mordió el labio inferior, con expresión pensativa.
—Sí, mmm, seguro que ellas te delatarían.
—Eres fatal para mentir, ¿lo sabías?
Él se enderezó, dando un suave tirón al chaleco y alzando el mentón.