que lleva escribiendo lady Whistledown, así que seguro que lo habrás pensado.
Penelope paseó la mirada por el salón, deteniendo los ojos en esa y
aquella persona, y luego volvió la atención a la pequeña multitud que los
rodeaba.
—Creo que muy bien podría ser lady Danbury —contestó—. ¿No sería
una broma inteligente para reírse de todos?
Colin miró a la anciana, que lo estaba pasando en grande hablando de su
última intriga. Golpeaba el suelo con el bastón, charlando animadamente y
sonriendo como una gata ante un plato de nata, pescado y un pavo asado
entero.
—Tiene lógica —dijo, pensativo—, de una manera algo perversa.
A Penelope se le curvaron las comisuras de los labios.
—No es otra cosa que perversa.
Observó a Colin mirar a lady Danbury otros segundos, añadió en voz
baja:
—Pero no crees que es ella.
Colin giró lentamente la cabeza y la miró con una ceja arqueada, en
silenciosa pregunta.
—Lo veo en la expresión de tu cara —le explicó Penelope.
Él sonrió, con esa sonrisa franca y llana que solía usar en público.
—Y yo que me creía inescrutable.
—Me temo que no. No para mí, en todo caso.
Colin exhaló un exagerado suspiro.
—Creo que nunca será mi destino ser un héroe misterioso y siniestro.
—Bien podrías descubrir que eres el héroe de alguien —dijo Penelope—.
Aún tienes tiempo. ¿Pero misterioso y siniestro? —Sonrió—. No es muy
probable.
—Una pena —dijo él airosamente, ofreciéndole otra de sus famosas
sonrisas, la sesgada, de niño—. Los tipos misteriosos y siniestros atraen a
todas las mujeres.
Penelope tosió discretamente, algo sorprendida de que él hablara de esas
cosas con ella, por no decir que Colin Bridgerton jamás había tenido ningún
problema para atraer mujeres. Él le estaba sonriendo, a la espera de su
reacción, y ella estaba calculando si la reacción correcta sería manifestar una
educada indignación de doncella o reírse, con una risa franca y comprensiva,
cuando apareció Eloise y se detuvo prácticamente con un patinazo ante ellos.
—¿Sabéis la última? —les preguntó, sin aliento.
—¿Venías corriendo? —le preguntó Penelope; correr era una verdadera
hazaña en ese salón de baile atiborrado.
—¿Lady Danbury ha ofrecido mil libras a quienquiera que desenmascare
a lady Whistledown!
—Lo sabemos —dijo Colin en ese tono vagamente de superioridad
exclusiva de los hermanos mayores.
—¿Lo sabéis? —exclamó Eloise exhalando un suspiro de decepción.
Colin hizo un gesto hacia lady Danbury, que todavía estaba a unas pocas
yardas de distancia.
—Estábamos aquí cuando ocurrió —explicó.
Eloise parecía sentirse muy, muy fastidiada, y Penelope comprendió
exactamente qué estaba pensando (y seguramente se lo diría la tarde
siguiente). Una cosa era perderse algo importante, y otra muy distinta descubrir