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que uno de sus hermanos lo había visto todo.
—Bueno, la gente ya está hablando —dijo Eloise—, a borbotones, en
realidad. Nunca había visto tanta animación desde hace años.
Colin se volvió hacia Penelope y le susurró:
—Por eso yo decido marcharme del país con tanta frecuencia.
Penelope trató de no sonreír.
—Sé que estáis hablando de mí y no me importa —continuó Eloise casi
sin hacer una pausa para respirar—. Os lo digo, la gente de la alta sociedad se
ha vuelto loca. Todos, quiero decir todos, están elucubrando sobre su
identidad, aunque los más listos no van a soltar una sílaba. No quieren que
otros ganen gracias a sus corazonadas, ¿sabéis?
—Creo que no estoy tan necesitado de mil libras como para que me
interese esto —declaró Colin.
—Es mucho dinero —dijo Penelope, pensativa.
Él la miró incrédulo.
—No me digas que vas a participar en este ridículo juego.
Ella ladeó la cabeza y alzó el mentó de una manera que esperaba fuera
enigmática, y si no enigmática por lo menos ligeramente misteriosa.
—No soy tan adinerada como para hacer caso omiso de una oferta de mil
libras —dijo.
—Tal vez si trabajáramos juntas —sugirió Eloise.
—Dios me libre —comentó Colin.
—Podríamos repartirnos el dinero —continuó Eloise sin hacer caso de
Colin.
Penelope abrió la boca para contestar pero en ese instante apareció el
bastón de lady Danbury moviéndose en el aire. Colin dio un salto a un lado y
evitó por un pelo que le golpeara la oreja.
—¡Señora Featherington! —tronó lady Danbury—. No me ha dicho de
quién sospecha.
—No, Penelope —dijo Colin, mirándola con una sonrisa bastante
satisfecha—.no lo has dicho.
El primer impulso de Penelope fue mascullar algo en voz baja y esperar
que la edad de lady Danbury la hubiera hecho tan dura de oído que supusiera
que si no lo entendía era a causa de sus oídos y no de la boca de ella. Pero
aún sin mirar hacia el lado sentía la presencia de Colin, percibía su sonrisa
engreída, caprichosa, incitándola a decir algo, y de pronto se sorprendió
enderezando la espalda y alzando el mentón un poco más alto que de
costumbre.
Él le hacía sentirse más confiada, más osada. La hacía más… ella misma.
O por lo menos la ella misma que deseaba ser.
—En realidad —dijo, mirando a lady Danbury «casi» a los ojos—, creo
que es usted.
Resonó una exclamación colectiva a todo alrededor.
Y por primera vez en su vida Penelope Featherington se encontró siendo
el centro de la atención.
Lady Danbury la estaba mirando fijamente, sus ojos azul celeste astutos y
evaluadores. Y entonces ocurrió algo de lo más pasmoso; empezaron a
curvársele las comisuras de los labios. Los labios se ensancharon y Penelope
vio que eso no era una leve sonrisa, sino una enorme y ancha sonrisa.
—Me gustas, Penelope Featherington —dijo lady Danbury, golpeándole la

COLIN Y PENELOPE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora