lámparas. Y tenía una piel muy hermosa, esa tez melocotón y nata que las
damas pretendían conseguir untándoselas con arsénico.
Pero el atractivo de Penelope no era del tipo en el que se fijan los
hombres normalmente. Y su natural tímido y sus ocasionales tartamudeos no
reflejaban con exactitud su personalidad.
De todos modos, era una lástima esa falta de popularidad, porque podría
haber sido una esposa perfectamente buena para alguien.
—¿Quieres decir entonces que yo debería considerar la posibilidad de
una vida de delincuencia? —dijo, obligándose a volver la atención al tema que
tenían entre manos.
—Nada de eso —repuso ella, con una recatada sonrisa en la cara—. Sólo
sospecho que con tu labia podrías salir impune de cualquier cosa. —Y
entonces, inesperadamente, se puso seria y añadió en voz baja—. Envidio eso.
Colin se sorprendió tendiéndole la mano y diciendo:
—Penelope Featherington, creo que debes bailar conmigo.
Y entonces Penelope lo sorprendió echándose a reír y diciendo:
—Eres muy amable al pedírmelo, pero ya no tienes por qué bailar
conmigo.
Él sintió un curioso pinchazo en el orgullo.
—¿Qué demonios quieres decir con eso?
Ella se encogió de hombros.
—Ya es oficial. Soy una solterona. Ya no hay ningún motivo para bailar
conmigo para que yo no me sienta dejada de lado.
—Yo no bailaba contigo por eso —protestó él.
Pero sabía que ese era exactamente el motivo. Y la mitad de las veces
sólo recordaba pedírselo porque su madre acababa de enterrarle el codo en la
espalda, y fuerte, para recordárselo.
Ella lo miró con una leve expresión de lástima, y eso lo fastidió, porque
jamás se había imaginado que Penelope Featherington pudiera tenerle lástima.
Notó que se le ponía rígido el espinazo.
—Si crees que vas a poder librarte de bailar conmigo ahora, estás muy
engañada.
—No tienes que bailar conmigo sólo para demostrar que no te molesta
hacerlo.
—«Deseo» bailar contigo —dijo él, casi en un gruñido.
—Muy bien —dijo ella al cabo de un momento que a él le pareció
ridículamente largo—. Sin duda sería una grosería mía si me negara.
—Probablemente fue grosería dudar de mis intenciones —dijo él,
cogiéndole el brazo—, pero estoy dispuesto a perdonarte si tú te perdonas.
Ella tropezó, y eso lo hizo sonreír.
—Creo que me las arreglaré —logró decir ella, con voz ahogada.
—Excelente —la miró con una cálida sonrisa—. Detestaría imaginarte
viviendo con la culpa.
La música estaba empezando así que Penelope le cogió la mano, hizo su
venia y comenzaron el minué. Era difícil hablar durante la danza, y eso le dio
unos momentos para recuperar el aliento y ordenar sus pensamientos.
Tal vez se le pasó la mano en su dureza con Colin. No debería haberlo
regañado por invitarla a bailar, cuando la verdad era que esos bailes con él
estaban entre sus más preciados recuerdos. ¿Importaba que él lo hubiera
hecho sólo por lástima? Habría sido peor si no la hubiera sacado nunca a