Su comentario fue recibido con silencio. Lord Haywood continuó con su
expresión de perplejidad, y a una de las damas debió entrarle una mota de
polvo en el ojo, porque parecía no poder hacer otra cosa que pestañear.
Colin no pudo evitar sonreír. No encontraba que el comentario de
Penelope fuera un comentario tan terriblemente complicado.
—Lo único interesante que se puede hacer es leer el Whistledown —dijo
la dama que no estaba pestañeando, como si Penelope no hubiera hablado.
El caballero que estaba a su lado manifestó su acuerdo con un murmullo.
Y entonces lady Danbury empezó a esbozar una sonrisa.
Colin se alarmó. La anciana tenía un destello raro en los ojos. Una
expresión aterradora.
—Tengo una idea —dijo ella.
Alguien ahogó una exclamación. Otro gimió.
—Una idea brillante.
—Y no es que no sean brillantes todas sus ideas —musitó Colin con su
voz más afable.
Lady Danbury lo hizo callar agitando la mano.
—¿Cuántos verdaderos misterios hay en la vida?
Nadie contestó, así que Colin aventuró:
—¿Cuarenta y dos?
Ella ni se molestó en mirarlo, ceñuda.
—Os digo a todos aquí y ahora…
Todos se le acercaron más. Incluso Colin. Era imposible sustraerse al
dramatismo del momento.
—Todos sois mis testigos…
Colin creyó oír mascullar a Penelope: «Dilo de una vez».
—Mil libras —dijo lady Danbury.
Aumentó el número de personas congregadas alrededor.
—Mil libras —repitió ella, aumentando el volumen de la voz. La verdad,
tenía dones innatos para estar en un escenario—. Mil libras…
De repente todo el salón estaba en reverente silencio.
—… a la persona que desenmascare a lady Whistledown.