Capítulo VII: Arrepentimiento

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Los acelerados pasos de Lance se escucharon subir por aquellas escaleras en forma de caracol, no sabía a donde lo estaban dirigiendo, pero era su deber como paladín de la Orden de la Rosa del Rayo, no podía dejar que el malvado mago siguiera impune ante todas sus fechorías.

Las antorchas que daban luz eran de un verde oscuro, el paladín pudo notar que eran encendidas con magia profana, sentía cierta molestia al estar cerca de ellas, podía escuchar algunas almas atrapadas en aquel fuego maldito, tenía que liberar a las animas en pena.

«Tengo que detenerlo, ha hecho sufrir a muchos seres vivos»

Sus pensamientos veían rojo, odiaba que cualquier ser viviente sufriera, no era algo que el permitiera que pasara si podía evitarlo y lo hacía a costa de todo.

Su trayecto continúo durante unos cuantos minutos más hasta que llegó a la parte alta de la torre, donde observó que había una puerta, notando que estaba hecha de huesos humanos, logrando captar que eran de niños, adultos e incluso animales, todos contorsionados de maneras tan inhumanas que en los que aún tenían algo de piel o músculo se podía ver una un visaje enroscado en dolor y agonía.

Su aura se comenzó a manifestar, su furia no podía ser contenida ya y de golpe abrió esa profana puerta para entrar a lo que parecía un laboratorio, viendo varios tubos grandes que contenían partes de personas, cuerpos a medio descomponer, otros con niños en lo que parecía un estado vegetativo, en la mesa se encontraba un cuerpo desmembrado que tenía varios instrumentos incrustados, cómo si lo estuvieran estudiando.

En el suelo había muchas vísceras, partes de cuerpo, y estaba plagado de sangre, alguna ya negruzca por el tiempo que tenía ahí y otra roja, al ser más reciente.

—Veo que has llegado paladín —se escuchó una voz en la penumbra.

Era profunda, con cierto toque de locura en la misma, mientras que de las sombras del laboratorio salió una figura con una túnica negra llena de sangre, sosteniendo un bastón hecho de lo que parecía madera podrida, con un ónix incrustado en la parte superior, el cual despedía cierta energía oscura, a través de la capucha se podía ver unos ojos brillantes y negros.

Lance sin titubear desenfundo su espada y escudo, poniéndose en posición de batalla.

—Así que tú eres la escoria que tengo que matar —dijo enojado el paladín.

Una risa se manifestó en la habitación.

—Yo no soy cómo los magos débiles que has derrotado en el pasado devorador de magia, aquí será tu tumba y seré recibido en el gremio cómo un dios.

El mago movió su cayado haciendo que un rayo negro se dirigiera hacia la figura del caballero.

Lance mantuvo su suelo y poniendo su escudo enfrente de él, y sin gran problema detuvo aquel ataque de su enemigo, el cual rebotó hacia la pared haciendo un gran hoyo en la misma.

El hechicero se quitó su capucha mostrando un rostro anciano, con ojos sin pupila, completamente negros, una barba sucia llena de pedazos de carne y sangre, muy larga, mientras que su fisionomía era delgada, casi en los huesos, con sus pies descalzos y sucios.

—Veo que lo que dicen en el gremio es cierto, no eres alguien que se pueda derrotar con facilidad —comentó aquel ser.

—No podrás hacerlo, eso te lo garantizo —una sonrisa confianzuda se dibujó en el rostro de Lance.

Sin perder más tiempo con un rápido movimiento de su bastón, el mago lanzo una bola de energía hacia el paladín, el cual, en un juego de pies esquivo con mucha facilidad, dando un giro de trescientos ochenta grados hacia enfrente acortando la distancia entre él y su enemigo.

Las Reliquias Primigenias: La Esfera de los PlanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora