Narrador omnisciente:Había pasado un día desde que la emperatriz de Lucifer, Annelise, se había retirado a su habitación, negándose a dormir con él como acostumbraban. El dolor por la pérdida de su hijo la mantenía sumida en una profunda tristeza. Azazel, fiel a su deber, observaba la preocupación crecer en los ojos de Lucifer.
**Azazel**: —Se lo advertí, mi señor. No debió decirle lo del bebé. Ahora la ha sumido en un dolor del que le será difícil salir.
Lucifer, por un momento, no respondió. Su rostro, normalmente impenetrable, mostraba grietas de una preocupación que no podía ignorar. El rey de los infiernos sabía que había cometido un error, pero su propio dolor lo había cegado. Solo asintió ligeramente antes de apartar la mirada, sumido en sus pensamientos.
Esa tarde, mientras la penumbra cubría el reino, Annelise salió de su encierro y se dirigió hacia la gran biblioteca del castillo. Su mente estaba nublada, buscando respuestas, buscando un escape. Al recorrer los vastos estantes de libros antiguos, uno en particular llamó su atención. Era un libro de hechizos, desgastado por el tiempo, con inscripciones casi ilegibles. Al hojearlo, encontró un conjuro que prometía llevar a cualquier época del mundo humano.
**Annelise**: —Quizás... otro tiempo, otro lugar, me dé paz —murmuró, aunque la duda la carcomía.
Sin pensarlo más, conjuró las palabras en voz baja, casi temerosa de lo que podría suceder. Antes de que pudiera darse cuenta, su visión se desvaneció y, en un abrir y cerrar de ojos, apareció en un lugar completamente diferente.
Ahora se encontraba en la Grecia Antigua, frente al imponente templo de las hijas de Artemisa, un lugar que honraba el duelo de una madre, la fertilidad y los nuevos comienzos. Confundida y aún afectada por el hechizo, miró a su alrededor. Cerca de una fuente tallada en mármol blanco, observó a dos figuras conversando. Uno era Sócrates, el renombrado filósofo, y la otra, una sacerdotisa seguidora de Artemisa.
La sacerdotisa, al notar la confusión y tristeza en Annelise, la miró con una mezcla de curiosidad y compasión.
**Sacerdotisa**: —Hola, bienvenida a Corinto. —Su voz era suave, casi maternal—. Debes estar embarazada, ¿verdad?
Annelise sintió que sus piernas se debilitaban. Las palabras de la sacerdotisa abrieron una herida que apenas había comenzado a sanar. Las lágrimas que había contenido durante horas empezaron a brotar con fuerza, su cuerpo sacudido por el llanto. La tristeza se le había acumulado en el alma, y ahora, frente a estos extraños, se derramaba como un río imparable.
Sócrates, siempre sereno, se acercó a ella y la abrazó suavemente, su gesto lleno de empatía y comprensión.
**Sócrates**: —Tranquila, hija. Todos aquellos que han perdido un hijo también son bienvenidos aquí. —Su voz era profunda, pero llena de calidez—. El dolor que llevas es el dolor de muchos. No estás sola.
ESTÁS LEYENDO
SE MI EMPERATRIZ
FanfictionAnnelise la personificación de la virtud de la humildad. Fue creada por el Padre, sí, el mismísimo Dios, y mi propósito es velar por la humanidad. Amo a cada uno de los seres humanos, y como miembro de las siete virtudes, me esfuerzo por guiarlos ha...