La noche de Andrea

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Llegué antes de lo acordado. Los nervios me habían tenido en vilo los últimos días, y la impaciencia por estar allí me impulsó a adelantarme. Miré el reloj en mi teléfono: faltaba poco para las nueve de la noche. No había comido, pero la ansiedad suprimía cualquier atisbo de hambre. Respiré hondo varias veces antes de deshacerme del chicle, intentando calmar la tormenta de emociones que se agitaban en mi pecho.

Toqué el timbre del piso indicado y en pocos segundos escuché su voz, tan profunda y cercana como me encantaba. "Pasa", dijo, y el portón del edificio se abrió, revelando una entrada hermosa y lujosa, muy acorde con la personalidad de Gabriel. El ascensor, con su aroma a nuevo y la música ambiental en el volumen perfecto, me acompañó mientras subía.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Gabriel me esperaba en el umbral de su puerta. Llevaba el traje gris que me había encantado la primera vez que nos vimos y que le había elogiado entonces. Evidentemente, se lo había puesto adrede para deleitarme desde el primer momento. Su piel morena brillaba bajo la luz artificial del pasillo y su barba, recién recortada, enmarcaba su rostro, dejando libre la parte que más deseaba: sus labios.

—Estás nerviosa —dijo de repente, y no pude evitar sonrojarme. —Un poco —admití, bajando la mirada. —No tienes que estarlo —susurró, acercándome con una mano en mi espalda baja—. Espero que estés lista.

Asentí y me permitió pasar a su piso. Una luz tenue iluminaba el espacio, y los adornos dorados relucían, mostrando el buen gusto y la pulcritud de Gabriel. Sobre la mesa de vidrio había una botella de vino, dos copas y una caja de regalo con un lazo que capturó mi atención.

—Eso es para ti —dijo, sin mirarme, pero sabiendo exactamente en qué me fijaba—. Sé paciente y lo verás.

Me acerqué a la mesa, impulsada por la curiosidad, pero él interceptó mi movimiento. Con un dedo, levantó mi mentón y dirigió mi rostro hacia su mirada.

—No lo hagas —ordenó—. No me obligues a ser duro contigo. No me obligues a castigarte.

La noche que habíamos planeado había comenzado y yo ni siquiera lo había notado. Me sentí ingenua. Asentí de nuevo, esta vez sabiendo que debía seguir sus órdenes, y lo observé con una mirada inocente y coqueta. Tomé una copa y le pedí que me sirviera vino. Él sonrió, quitándome la copa de las manos y colocándola de nuevo sobre la mesa.

—Espérame sentada.

Se movía con seguridad, mientras yo me dejaba guiar por los nervios, la emoción y la incertidumbre. Habíamos hablado tantas veces sobre esta noche, pero mi mente parecía haber olvidado todo, dejándome torpe y olvidadiza.

—Veo que seguiste las primeras órdenes.

Me había pedido que vistiera medias de nylon, minifalda y un bralette blanco que tuve que comprar. Las medias llegaban apenas hasta la mitad de mis muslos, adornadas con encaje en la parte superior, haciéndome sentir más sexy.

—Así todo será más sencillo —concluyó, entregándome la copa de vino—. Necesito saber que estás segura, Andrea. No puedo continuar si tienes dudas.

—Estoy nerviosa, pero decidida. He esperado esta noche y quiero que ocurra.

—Leíste todo lo que te mandé, ¿verdad?

—Sí.

Levantó su copa para brindar. Bebimos un sorbo y casi vaciamos las copas.

—En ese caso, ve a buscar tu regalo. Puedes abrirlo ahí mismo.

Me levanté y la caja en el centro de la mesa me invitó a abrirla. Deshice el lazo con cuidado y al levantar la tapa, me encontré con lencería negra de lujo. La tomé en mis manos, deleitándome con la textura de las telas. Era una mezcla de seda fina y broches de oro, con adornos de cuero que brillaban bajo la luz tenue. Alcé primero el calzón, de mi talla exacta, y observé los detalles traseros. Luego, examiné el sostén, adornado con tirantes y detalles de oro y cuero. Debajo de todo, descubrí un ballgag.

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