La noche de sumisión

1.2K 5 0
                                    

La noche caía lentamente sobre la ciudad, y el reloj marcaba las ocho cuando finalmente me armé de valor y salí de mi apartamento. El mensaje había llegado días atrás, un texto sencillo pero cargado de promesas y expectativas: "Te espero a las nueve. No llegues tarde. - A."

La anticipación me recorría como un torrente eléctrico, mezclando nerviosismo y deseo en un cóctel embriagador. Sabía que esta noche sería diferente, algo que jamás había experimentado, y no podía esperar para sumergirme en el misterio y el placer que me aguardaban.

Llegué al hotel y me dirigí directamente a la recepción. La recepcionista, una mujer mayor con una sonrisa amable, me entregó la llave sin hacer preguntas, como si fuera cómplice de nuestro secreto. Subí al ascensor, mi corazón latiendo con fuerza en cada piso que ascendía. Finalmente, las puertas se abrieron y caminé por el pasillo alfombrado hasta la puerta de la habitación.

Respiré hondo antes de llamar a la puerta. Un segundo después, la puerta se abrió y allí estaba él, A., un hombre que parecía sacado de una fantasía. Alto y esbelto, con una postura que emanaba confianza y autoridad. Su cabello oscuro y ligeramente ondulado caía con gracia sobre su frente, enmarcando un rostro cincelado con la precisión de un escultor. Sus ojos, de un intenso azul que recordaba a los mares profundos, me miraron con una mezcla de interés y deseo. Vestía una camisa blanca impecable, desabrochada en el cuello para revelar un atisbo de su musculoso pecho, y pantalones negros que acentuaban su figura atlética. Un aroma sutil y masculino, una mezcla de madera y especias, flotaba a su alrededor, envolviéndome en una nube de sensualidad.

—Buenas noches —dijo con una voz profunda y seductora, que resonó en mi interior como una melodía hipnótica—. Entra.

Obedecí, cruzando el umbral de la habitación que estaba tenuemente iluminada por la luz de varias velas repartidas estratégicamente. El ambiente era íntimo y cálido, con una cama grande en el centro y una silla al lado. Sobre la cama, vi varios artículos que me hicieron estremecer: cuerdas de seda, una venda para los ojos, y una serie de juguetes sexuales cuidadosamente dispuestos.

—Desnúdate y ponte de rodillas en el centro de la habitación —ordenó A., su voz firme pero no dura.

Mis manos temblaban ligeramente mientras me desvestía, dejando caer cada prenda al suelo hasta quedar completamente desnuda. Me arrodillé en el centro de la habitación, sintiendo la suave alfombra bajo mis rodillas y el aire fresco sobre mi piel desnuda.

A. se acercó a mí, sus pasos medidos y controlados. Rodeó mi cuerpo, observándome con una intensidad que me hacía sentir vulnerable y deseada al mismo tiempo.

—Hoy serás completamente mía —murmuró, inclinándose para susurrar en mi oído—. No podrás moverte ni decir nada sin mi permiso. ¿Entendido?

—Sí, señor —respondí, mi voz apenas un susurro.

Él comenzó a trabajar con las cuerdas, atándome con una habilidad y precisión que me dejó sin aliento. Cada nudo, cada giro de la cuerda sobre mi piel, aumentaba mi excitación. Mis manos fueron atadas firmemente a mi espalda, y mis piernas inmovilizadas en una postura abierta, exponiéndome completamente a su voluntad.

A. me colocó una venda sobre los ojos, sumergiéndome en una oscuridad que intensificaba todos mis otros sentidos. Pude sentir su presencia, el calor de su cuerpo cerca del mío, su respiración calmada y controlada.

—Eres hermosa así, completamente a mi merced —dijo, y pude sentir el roce de sus dedos en mi piel, explorando mi cuerpo con una mezcla de ternura y posesión.

Su mano descendió por mi cuello, acariciando mis pechos antes de bajar por mi vientre. Sus dedos rozaron mis pliegues, y un gemido escapó de mis labios cuando me acarició suavemente.

—Shh, no te muevas —ordenó, y yo obedecí, tratando de controlar mi respiración mientras él continuaba explorando mi cuerpo.

Sentí el frío metal de un plug anal cuando lo colocó cuidadosamente en mi entrada trasera. El placer mezclado con la sensación de ser llenada de esa manera me hizo gemir de nuevo, pero me mordí los labios para no hacer demasiado ruido.

—Eres tan obediente —murmuró, y pude sentir la satisfacción en su voz.

Se movió detrás de mí, y un segundo después, sentí el calor de su cuerpo mientras se arrodillaba. Sus manos me sujetaron por las caderas y comenzó a penetrarme lentamente, llenándome completamente. Cada movimiento suyo era fuerte, pero preciso, llevándome al límite del placer sin dejarme caer en el abismo.

Mis gemidos se intensificaron, y A. aumentó el ritmo, sus embestidas profundas y firmes. Sentí cómo mis músculos se contraían alrededor de él, el placer acumulándose en mi vientre hasta que no pude contenerme más.

—Por favor, señor, déjame venir —rogué, mi voz entrecortada por el placer.

—Todavía no —respondió con firmeza, su ritmo implacable.

Finalmente, cuando pensé que no podría soportarlo más, su mano se deslizó hacia mi clítoris, masajeándolo con una precisión que me hizo gritar de placer. El orgasmo me golpeó con la fuerza de una ola, llevándome a un éxtasis que hizo que mi cuerpo temblara.

A. se retiró lentamente, dejándome en un estado de satisfacción y agotamiento. Quitó la venda de mis ojos y desató las cuerdas, sus manos suaves y cuidadosas.

—Lo hiciste muy bien —dijo, besando mi frente con ternura—. Ahora descansa.

Me acurruqué en la cama, mi cuerpo todavía vibrando por la intensidad de la experiencia. A. se tumbó a mi lado, abrazándome con una calidez que me hizo sentir segura y amada.

Cuentos eróticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora