Hacía semanas que esta idea me rondaba la cabeza. Diana y yo lo habíamos hablado como broma tantas veces, pero ese día, por primera vez, la tentación era real. Estaba sentada en su sofá, observando a Martín, su novio, que conversaba con Ernesto, el mío. Los dos hombres estaban absortos en su charla, sin sospechar lo que sus novias habían estado planeando en secreto.
—¿En serio lo harías? —preguntó Diana, sus ojos brillando con picardía mientras me servía una copa de vino.
—¿Y tú? —le respondí, sonriendo de lado. Sentía ese cosquilleo familiar recorriéndome la espalda. La idea de probar con Martín me excitaba. No es que no disfrutara con Ernesto, pero él siempre había sido más... tradicional. Con Martín, la fantasía era diferente. Diana me había contado sus noches con él, describiéndolo tan intenso, tan dominante, que no podía evitar imaginarlo sobre mí, empujándome a mis límites.
Diana se inclinó hacia mí, acercando sus labios a mi oído, su voz baja, pero cargada de promesas.
—Una vez me dijo que siempre te ha deseado —susurró—. Le excitas mucho más de lo que imaginas. Está loco por ti.
Mi piel se erizó. Ernesto me amaba, pero nunca lo había visto devorarme con la mirada como lo hacía Martín. Y aunque Diana lo había notado, no le importaba. De hecho, creo que le excitaba más la idea de ver a Ernesto complaciéndola a ella.
—Entonces, hagámoslo —dije, con más firmeza de la que esperaba. Diana sonrió, y supe que ella también lo deseaba.
Nos acercamos a ellos, con nuestras copas medio vacías. Ernesto sonrió cuando me senté a su lado, y Martín me observó de reojo. El ambiente comenzó a cargarse de electricidad. Diana tomó a Ernesto del brazo y se sentó en su regazo, algo que normalmente me habría molestado, pero ese día me pareció perfecto.
—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —le susurré a Martín, aunque no era necesario. Pude ver en sus ojos que estaba más que listo.
Copié a Diana, tal como habíamos planeado. Sería como un juego de espejos: le daríamos placer a nuestros novios de la misma manera. Ambas, sentadas sobre los regazos de los chicos, comenzamos a movernos sensualmente, provocando el roce de sus erecciones. El ambiente pronto se volvió más intenso, pero lo inesperado fue cuando Diana me atrajo hacia ella y besó mis labios. Podía sentir las miradas de Martín y Ernesto fijas en nosotras, esperando que sucediera algo más.
Diana me quitó la blusa, y yo hice lo mismo con ella. Estaba claro que ambas nos habíamos preparado; llevábamos lencería que combinaba perfectamente. Nos besamos unos minutos más, y decidí que era momento de avanzar. Nos levantamos y nos quitamos el resto de la ropa, quedándonos solo con la lencería. Besándonos de nuevo, Diana llevó sus dedos hacia mi entrepierna, haciéndome gemir al instante. Repetí el gesto, y luego me llevé los dedos a la boca, saboreándola. Nos miramos a los ojos, reímos y luego nos giramos hacia los chicos. Sus erecciones eran más que evidentes debajo de sus pantalones.
Besamos a nuestros novios antes de realizar el intercambio. Los dejamos sentados en el sofá, bajamos sus pantalones y nos llevamos sus penes a la boca. El de Martín era exactamente como lo había imaginado: grande, con las venas marcadas y tan fuerte como sus músculos. Incluso teniendo su dureza entre mis manos y lamiéndolo, me sentí abrumada, temiendo no estar a la altura de Diana. Pero cuando escuché los gemidos de ella, me armé de valor y llevé el pene de Martín hasta el fondo de mi garganta. No sabía que podía hacerlo, y la sensación me embriagó. Aproveché el momento para mover la lengua mientras la punta descansaba en mi garganta.
Martín empezó a gemir, ¡por fin! Usaba mis dedos para acariciar sus bolas mientras lo chupaba con más intensidad. Diana me tomó de la mano, y entre miradas cómplices, continuamos nuestras tareas. La emoción de ver a Martín y Ernesto disfrutando de una forma tan distinta era embriagadora. Diana, completamente entregada, acariciaba sus propios pezones y descendía hasta tocarse a sí misma. Me alejé de Martín unos segundos para darle placer a Diana. Era la primera vez que le practicaba sexo oral a una mujer, y por sus gemidos, lo estaba haciendo bien. Diana se movía con excitación, separándose de Ernesto momentáneamente.
Se colocó entre los dos chicos, masturbándolos al mismo tiempo, mientras yo continuaba explorando esta nueva experiencia. Diana alcanzó el clímax sobre mi rostro y, tras recuperarse, nos dirigimos a la habitación principal con nuestros respectivos hombres. La cama más grande nos esperaba.
Primero los tumbamos de espaldas y los montamos. La vista era exquisita: podía ver a Diana cabalgando sobre Ernesto mientras Martín me sujetaba con fuerza por la cintura, penetrándome con toda su energía. Su pene llegaba tan profundo que solo podía gritar de placer. Ernesto me miraba, sonriendo mientras acariciaba los pechos de Diana.
Pronto nos pusimos ambas de cuatro, enfrentándonos mientras nos follaban con intensidad. Martín, con su fuerza, me embestía con tal vigor que su pene parecía crecer más con cada movimiento. Me perdí en el placer, besando a Diana mientras nuestros cuerpos se fundían en un solo ritmo.
Poco después, sentí las pulsaciones de Martín dentro de mí, y supe que el clímax estaba cerca. Tanto Diana como yo nos arrodillamos, lado a lado, para que Martín y Ernesto pudieran acabar sobre nuestras caras. Martín fue el primero, cubriéndome la mejilla y parte de la boca con su semen. Ernesto hizo lo propio con Diana, logrando que casi todo cayera en su boca.
Para celebrar lo que acababa de suceder, nos besamos, saboreando el semen que todavía cubría nuestros rostros. Tomé un poco del semen de Ernesto con mis dedos, llevándomelo a la boca, mientras Diana lamía el de Martín, limpiando mi cara con su lengua.
Los chicos terminaron satisfechos, y nosotras, aún másexcitadas.
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Cuentos eróticos
RomanceEs una exquisita recopilación de cuentos eróticos que exploran los rincones más íntimos del deseo humano. Cada relato está cuidadosamente elaborado para despertar los sentidos, provocando una mezcla de emociones que van desde la ternura hasta la luj...