El millonario de Bitcoin

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Desde que conocí a David, algo dentro de mí se encendió. Lo encontré en una cafetería del centro, un lugar donde solía ir para escapar de la rutina. David se me acercó con una sonrisa relajada, pidiéndome una recomendación sobre el café. Desde el primer instante, hubo una conexión entre nosotros, una chispa que no había sentido en mucho tiempo.

David era un chico sencillo, siempre vestido con camisetas y jeans, con una actitud despreocupada que lo hacía irresistible. No tenía esa arrogancia que a veces ves en los hombres que saben que son guapos o que tienen dinero. Nunca habló de riqueza ni mostró interés en presumir. Solo después de varias citas y conversaciones interminables me confesó que había hecho fortuna invirtiendo en Bitcoin.

—Es solo una parte de mi vida, nada de qué presumir —dijo con una sonrisa mientras cenábamos en un pequeño restaurante italiano.

Su sinceridad me desarmó. La atracción que sentía hacia él creció aún más, así que cuando me invitó a su casa esa misma noche, acepté sin pensarlo dos veces.

Al llegar a su mansión en la colina, me quedé sin aliento. Por fuera, la casa parecía modesta, pero al entrar, me di cuenta de su verdadera magnitud. Todo estaba diseñado con un gusto exquisito, y las enormes ventanas ofrecían una vista espectacular de la ciudad y el mar. David me condujo hasta una terraza que daba a un muelle privado, donde un yate impresionante flotaba suavemente.

—¿Quieres subir? —me preguntó, con esa sonrisa que siempre me hacía sentir especial.

Asentí, mi corazón latiendo con fuerza. Seguimos un sendero iluminado hasta el yate, y al subir a bordo, sentí la brisa marina acariciar mi piel. Las luces suaves y la tranquilidad del mar creaban una atmósfera casi mágica. No teníamos planes de navegar; solo queríamos estar allí, disfrutando del ambiente, del vino y de la compañía mutua.

Nos sentamos en unos sofás cómodos bajo un dosel, brindando con una botella de vino que David había traído consigo.

—Es hermoso aquí —dije, mirando las estrellas que brillaban en el cielo.

—Sí, pero se ve mejor cuando estoy contigo —respondió David, acercándose más.

La conversación fluía, pasando de temas ligeros a confesiones más profundas. A medida que la noche avanzaba, sentía una corriente de deseo envolviéndome. No podía apartar la mirada de David, de sus ojos intensos, de la manera en que sus labios se movían cuando hablaba. Todo en él me atraía, me invitaba a dejarme llevar.

Sin pensarlo dos veces, me incliné hacia él y lo besé. Sus labios eran suaves, cálidos, y respondieron con una pasión que me encendió aún más. David me besó con fuerza, sus manos recorriendo mi espalda, atrayéndome hacia él. Nos levantamos del sofá, sin dejar de besarnos, y él me condujo al camarote principal, una habitación espaciosa con una cama grande y ventanas que mostraban el mar iluminado por la luna.

Me aparté un momento, mirándolo a los ojos. Sonreí con malicia mientras deslizaba los tirantes de mi vestido por mis hombros, dejándolo caer al suelo. Quedé frente a él en la lencería de encaje negro que había elegido esa noche. David se detuvo un segundo, admirándome, sus ojos oscuros brillando con deseo.

—Eres increíble —murmuró antes de acercarse y besarme de nuevo.

Sentí su dureza contra mi vientre, su necesidad reflejando la mía. Desabroché su camisa, dejándola caer al suelo, y mis manos recorrieron su pecho firme, sintiendo el latido de su corazón acelerado bajo mis dedos. Nos desnudamos el uno al otro con urgencia, nuestros cuerpos hambrientos de contacto.

David me tumbó suavemente en la cama, sus labios viajando por mi cuello, mis pechos, deteniéndose para succionar mis pezones hasta que solté un gemido de placer. Bajó por mi vientre, dejando un rastro de besos, y cuando llegó a mi entrepierna, sus dedos apartaron la fina tela de encaje. Su lengua comenzó a moverse con habilidad sobre mi clítoris, lamiendo y succionando con una precisión que me hizo temblar.

—Oh, David... sigue, por favor... —gemí, aferrándome a las sábanas, perdiéndome en la sensación.

Cada movimiento de su lengua enviaba oleadas de placer por todo mi cuerpo. Sus manos me sujetaban firmemente por las caderas, manteniéndome en su lugar mientras aumentaba el ritmo. Sentía cómo el calor se acumulaba en mi vientre, el orgasmo acercándose con cada segundo que pasaba. Mis gemidos se volvieron más fuertes, más desesperados.

—Voy a venir... no pares... ¡por favor! —grité, mi cuerpo arqueándose de placer.

Y entonces, el clímax me golpeó con una fuerza avasalladora. Mi cuerpo tembló y solté un grito ahogado mientras el orgasmo me atravesaba, dejándome sin aliento. David no se detuvo hasta que mis temblores se calmaron, su lengua trabajando con precisión hasta arrancar cada gota de placer.

Me incorporé, jadeando, y lo atraje hacia mí. Nos besamos con intensidad, sintiendo su erección presionando contra mi muslo. Lo deseaba dentro de mí, lo necesitaba. Me moví, guiándolo hacia mi entrada.

—Fóllame, David —susurré contra sus labios.

David entró en mí de un solo movimiento, llenándome por completo. Ambos gemimos al unísono, el placer de sentirlo dentro de mí era abrumador. Comenzó a moverse, primero lentamente, saboreando cada centímetro de mí, y luego aceleró, sus embestidas volviéndose más rápidas y profundas. Mis uñas se clavaron en su espalda, acompañando su ritmo.

—Eres tan apretada... tan perfecta... —gimió, aumentando la velocidad.

Sentía cada músculo de su cuerpo trabajando, cada embestida me llevaba más cerca de otro orgasmo. Me aferré a él, mis piernas envolviéndolo mientras él entraba y salía de mí con fuerza. El sonido de nuestros cuerpos chocando llenaba el camarote, mezclado con nuestros gemidos.

—¡Más fuerte, David! ¡No pares! —grité, sintiendo el orgasmo acercándose de nuevo.

David respondió a mi ruego, sus embestidas se volvieron más intensas, más rápidas. Sentía cómo su polla me llenaba por completo, cada movimiento enviando descargas de placer por todo mi cuerpo. Mis gemidos se hicieron más fuertes, más frenéticos, hasta que finalmente exploté en un orgasmo que me dejó sin aliento. Mi cuerpo se arqueó, mis músculos se tensaron y un grito escapó de mis labios mientras el placer me consumía.

David llegó al clímax segundos después, hundiéndose profundamente dentro de mí y gimiendo mi nombre mientras su semen me llenaba. Ambos quedamos jadeando, nuestros cuerpos pegajosos de sudor y deseo, mientras nos dejábamos caer sobre la cama.

Nos abrazamos, nuestras respiraciones entrecortadas mezclándose en el silencio del camarote. Sentía su pecho subir y bajar contra el mío, su corazón latiendo con fuerza. Sonreí, sintiéndome increíblemente viva y feliz.

—Quédate a dormir —pidió mientras acariciaba su cabello. Acepté y nos quedamos en la cama del yate, oyendo las olas y sintiendo la caricia de las estrellas. 

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