La madrugada

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En el pequeño apartamento de Lavapiés, la luna se filtraba a través de las cortinas entreabiertas, proyectando sombras suaves sobre el cuerpo desnudo de Camila. Ella yacía junto a Antonio, cuyos brazos la envolvían en un abrazo cálido y protector. Camila despertó primero, sus ojos parpadeando suavemente mientras se ajustaban a la penumbra. Giró ligeramente la cabeza y observó a Antonio. Su rostro, relajado en el sueño, parecía más joven, casi infantil. Cada línea de preocupación, cada rastro de las largas jornadas de trabajo, se había desvanecido temporalmente. Con cuidado, se deslizó de sus brazos, procurando no despertarlo. Se levantó lentamente y caminó hacia la ventana, donde se detuvo un momento para contemplar la ciudad dormida. Las luces de Madrid parpadeaban a lo lejos, como estrellas esparcidas en el horizonte. Sintió una paz profunda, una conexión íntima con el momento y con el hombre que dormía detrás de ella. Él se movió ligeramente en la cama, despertando por la falta de su calor. Abrió los ojos lentamente y vio a Camila de pie junto a la ventana. La luz de la luna delineaba su figura, destacando cada curva de su cuerpo. Se incorporó en silencio, admirándola en ese instante de vulnerabilidad y belleza. Ella se volvió hacia él, una sonrisa suave iluminando su rostro. Antonio se levantó y caminó hacia ella, envolviéndola en sus brazos desde atrás. Besó su cuello suavemente, provocando un escalofrío que recorrió su columna. Sus ojos se encontraron, y en ese momento, el tiempo pareció detenerse. La conexión entre ellos era palpable, una corriente silenciosa de amor y deseo que fluía libremente.

El beso se intensificó, sus cuerpos respondiendo al llamado del deseo. Antonio la levantó en sus brazos y la llevó de regreso a la cama, depositándola con cuidado sobre las sábanas. La luz de la luna seguía iluminando la habitación, creando un ambiente mágico. Se miraron durante un momento, sus respiraciones entrelazándose en el aire. Él se inclinó y comenzó a besar su cuello, sus labios viajando lentamente hacia abajo, explorando cada rincón de su piel. Camila cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones que la envolvían. Sus manos recorrieron el cuerpo de Antonio, acariciando cada músculo, cada línea, mientras sus labios continuaban su exploración. Cada beso, cada caricia, era una promesa silenciosa de amor eterno. Los gemidos suaves de Camila llenaron la habitación, mezclándose con el sonido rítmico de sus respiraciones.

Cuando finalmente se unieron, sus movimientos eran lentos y cuidadosos, una danza íntima de cuerpos y almas. Cada embestida, cada susurro, era un tributo al amor profundo que compartían. La conexión entre ellos era tan intensa que parecía desbordar los límites de la realidad, llevándolos a un lugar donde solo existían ellos dos.

Se movían con una sincronía casi perfecta, cada roce de piel amplificando el deseo entre ellos. Antonio, con una ternura que contrastaba con la intensidad de su deseo, deslizó sus manos por las curvas de Camila, sus dedos trazando líneas de fuego en su piel. Sus labios continuaron su viaje descendente, encontrando cada punto sensible y provocando gemidos suaves y constantes. Camila arqueó la espalda en respuesta, sus manos enterrándose en el cabello de Antonio mientras él exploraba cada rincón de su cuerpo con una mezcla de devoción y pasión. Antonio la besó profundamente. Los gemidos de Camila se mezclaban con los de Antonio, creando una sinfonía íntima que llenaba el espacio.

Sus manos se encontraron nuevamente, entrelazando los dedos mientras Antonio descendía aún más, besando y mordiendo suavemente los pechos de Camila. Ella gemía con cada contacto, sus manos recorriendo la espalda de él, trazando los músculos con adoración.

Antonio, con movimientos lentos y seguros, se posicionó entre las piernas de Camila, sus ojos encontrando los de ella en una mirada cargada de deseo. Se inclinó para besarla nuevamente, profundizando la conexión entre ellos antes de comenzar a moverse dentro de ella. Sus embestidas eran lentas al principio, cada una llevando a ambos al borde del placer. Ella lo rodeó con las piernas, atrayéndolo más cerca, sus cuerpos fundiéndose en una danza de placer y amor. Las manos de Antonio exploraban cada rincón de su piel, encontrando los lugares que la hacían temblar y gemir de placer. Sus movimientos se volvían más urgentes, una necesidad creciente de alcanzar el clímax juntos.

Finalmente, Camila gritó el nombre de Antonio, acompañándolo con un gemido que puso punto final a la madrugada de placer. Sus cuerpos se desplomaron en la cama, el silencio reinando nuevamente mientras el sol comenzaba a asomarse por el horizonte, sus primeros rayos filtrándose por las ventanas.

Camila se cubrió con las sábanas para protegerse del frío matutino, mientras Antonio se levantaba lentamente. Con movimientos suaves, se dirigió a la cocina, donde comenzó a preparar el café que tanto le gustaba a ella. El aroma del café recién hecho pronto llenó el apartamento, mezclándose con la serenidad del amanecer y el eco de la pasión compartida.

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