Gangbang antes de la boda

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Rafael y yo estábamos a pocas horas de decir el "sí" definitivo, y la alegría nos envolvía. La propuesta de matrimonio fue tan romántica que me dejó sin aliento; él sabía exactamente cómo llegar a mi corazón. Nos escapamos a la playa, y en medio de un atardecer espectacular, Rafael se arrodilló, me miró profundamente a los ojos, y ni siquiera lo dejé terminar su pregunta. Me incliné hacia él, abrazándolo con una felicidad desbordante.

Desde que empezamos a salir, Rafael siempre supo cómo consentirme y cumplir todos mis caprichos, y claro, yo también los suyos. Me permitió organizar gran parte de la boda, decorándola a mi gusto. Pero, como era de esperarse, el estrés nos sobrepasó, y peleamos mucho. Sin embargo, las reconciliaciones eran inmediatas: teníamos sexo salvaje y duro, como siempre nos había gustado, y luego pasábamos a lo siguiente. La semana previa a la boda, no obstante, fue especialmente tensa, pero no en el sentido sexy; nuestras peleas se volvieron más intensas, al punto de considerar posponer el matrimonio. Entonces, Rafael lanzó una propuesta que cambió todo:

—¿Recuerdas que alguna vez hablamos sobre un gangbang? —me preguntó, su voz cargada de curiosidad y deseo.

Ese comentario captó toda mi atención. La idea de un gangbang había rondado en mi mente por mucho tiempo. Incluso estando con Rafael, fantaseaba con ser el centro de atención de muchos hombres, y verlo a él follando a otra mujer mientras mi boca y manos estaban ocupadas con otras pollas.

—Lo recuerdo —respondí, intentando desenterrar más información antes de tomar cualquier decisión.

—Podría ser nuestra despedida de solteros —propuso—. Una despedida compartida.

—¿A qué te refieres?

—No saldríamos por separado con nuestros amigos. Lo haríamos juntos, cumpliendo una fantasía más antes de pasar el resto de nuestras vidas juntos.

En ese momento, ya no recuerdo por qué estaba enojada. Me acerqué a él y simplemente acepté. Me abrazó con fuerza. Acordamos que yo me encargaría de encontrar a las chicas, y él, a los chicos. Lo ideal sería que hubiera más hombres que mujeres, y Rafael estaba completamente de acuerdo.

Solo había un problema: teníamos apenas dos días para organizar la noche y convencer a las personas adecuadas de participar.

No me resultó difícil encontrar chicos guapos dispuestos a unirse. Esa misma noche, salí con Rafael y unos amigos. Las chicas fuimos por un lado y los chicos por otro. En el bar, una mujer captó mi atención de inmediato. Era increíblemente hermosa. Se presentó con un apretón de manos, y comprendí que no era de aquí. Se llamaba Léa, una francesa con un dominio impresionante de todas las lenguas. Conversamos durante horas, hasta que finalmente saqué el tema. Fui muy directa y se lo dije sin rodeos. La llené de cumplidos, especialmente sobre su piel, sus tatuajes, sus pechos, sus piernas... Era realmente fascinante. Ella sonrió, sonrojada, y aceptó.

Rafael tuvo más dificultades para conseguir chicas, pero al final lo logró. Seríamos solo tres mujeres y siete hombres. Nos citamos en un hotel conocido por permitir este tipo de encuentros, con la hora límite de las once, para poder regresar a casa, ducharnos y despertar frescos para la boda.

Llegó el día. Rafael y yo nos preparamos con nuestra mejor ropa, el mejor perfume, y nos dirigimos al hotel. Estábamos nerviosos, pero la emoción predominaba. El trayecto fue largo y silencioso, pero al llegar a la habitación, preparamos todo y salimos al balcón, donde había un gran jacuzzi.

A la hora acordada, todos empezaron a llegar. Léa fue la primera en dar el paso. Éramos cinco en el jacuzzi cuando ella llegó, se despojó de toda su ropa y se metió en el agua. Se acercó a los chicos, quienes comenzaron a acariciar su cuerpo. Rafael, animado, quiso hacer lo mismo, pero ella le pidió que se pusiera de pie. Giró su cuerpo para que yo pudiera verlo de perfil, y empezó a chuparle el pene. Me mojé al instante. Llevé mis dedos a mi clítoris mientras Léa extendía su mano para que me uniera a ellos. Ambas chupábamos a Rafael, mientras otras manos recorrían nuestros cuerpos, dedos que entraban y salían de mi vagina, aumentando mi excitación.

Los pocos que faltaban llegaron y ocuparon la habitación al ver que no había más espacio en el jacuzzi. No conté cuántos eran, pero me pareció ver más personas, más hombres y mujeres.

Seguimos chupando a Rafael hasta que decidimos trasladarnos al interior, dejándonos llevar por el grupo. Uno de los chicos se dejó caer sobre el sofá y me colocó sobre él. Lo cabalgaba con vigor, sintiéndolo profundamente en mi interior. Otro chico se introdujo en mi ano, haciéndome estremecer, pero no pude gritar, con mi boca ocupada en otro pene. Una de las chicas se acercó y guió mis manos hacia otros hombres, ocupando todo mi cuerpo, dando y recibiendo placer. La sinfonía de orgasmos era la melodía más gloriosa que jamás había oído.

Me liberé por unos segundos para observar a Rafael, completamente dentro de una de las chicas, mientras Léa le lamía las bolas, y de vez en cuando, chupaba su pene antes de que lo volviera a meter en ella. Me pusieron de cuatro para que pudiera ver a Rafael mientras seguía siendo usada como una perra, disfrutando cada momento. Léa se acercó para besarme los labios y susurrarme lo hermosa que era. Su voz, junto con la visión de Rafael, me excitaba aún más. Toqué a Léa por todas partes, metí mis dedos en su vagina y su ano, sintiendo el movimiento de su cuerpo, el calor de su ser, la excitación que emanaba.

Cuando los chicos no pudieron más, nos pusimos de rodillas frente a ellos. Se acercaron en círculo, todos masturbándose. Instintivamente, abrí la boca y saqué la lengua, esperando mi recompensa. Uno a uno fueron descargando sobre nuestros rostros, en nuestras bocas, cubriendo nuestros cuerpos en un delicioso baño de semen. Rafael terminó sobre mí y en la boca de Léa. Ella me besó, pasándome parte de la leche de Rafael, y permanecimos así unos minutos mientras los demás acababan. Nos miramos y sonreímos, complacidas. Léa llevó sus dedos a mi clítoris, mientras otra de las chicas lamía mi ano y mi vagina. No pude contenerme, y lamí el coño de la otra chica. Todas terminamos al mismo tiempo, en un éxtasis compartido.

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