La noche de Halloween

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Era Halloween, y la fiesta en la casa de Elena prometía ser salvaje. Ella había organizado un evento exclusivo y misterioso, donde todos debían asistir con máscaras y disfraces oscuros. Su idea no era particularmente sexy, tampoco la intención, pero todos pensábamos que el punto de la fiesta era encontrar un romance pasajero. La intriga de no saber quién estaba detrás de cada máscara le añadía un toque excitante, así que escogí mi atuendo con cuidado. Un vestido negro ajustado que resaltaba cada curva y una máscara de encaje que apenas dejaba ver mis ojos. En la calle me confundieron con Gatubela, con una dominatrix y con tantos otros seres, pero mi idea era ser la versión femenina de Darth Vader. Me sentía poderosa, deseosa de ser parte de ese juego.

En el camino vi un vestido de látex más pegado y sexy que el mío y en el mismo lugar una máscara sencilla y barata de Darth Vader. Era mi destino y no podía desaprovecharlo. Me compré el vestido enseguida y me lo llevé dentro de la cartera esperando encontrar una habitación libre en la casa de Elena para poder cambiarme y no ser confundida con tantos otros personajes.

Al llegar, la música resonaba y las luces teñían de rojo y púrpura el lugar, creando una atmósfera misteriosa y seductora. Corrí hacia la habitación de Elena, estaba vacía y aproveché para cambiarme a gran velocidad. Cerré la puerta con seguro para evitar sorpresas y me quité el vestido. No llevaba sostén, pero sí unos calzones que iban perfectamente con el disfraz y con la temática. Eran los únicos calzones que tenía de marca y además me quedaban de maravilla. Me cambié, pero el vestido de látex no cerraba por completo. Necesitaba la ayuda de alguien para poder cerrarlo por completo. Salí en busca de ese alguien.

La sala estaba llena de figuras disfrazadas; algunos reían y bailaban, otros charlaban en susurros, pero mis ojos se encontraron rápidamente con un hombre de traje negro, con una máscara que solo mostraba sus labios, ligeramente curvados en una sonrisa enigmática. Su porte imponente y su mirada penetrante me invitaban a acercarme.

—¿Un brindis? —me dijo mientras extendía una copa.

Al principio no entendí su disfraz, me pareció que solo quería aparentar ser un millonario de los 1800 con una máscara que había hallado entre sus cosas sin necesidad de salir de casa.

Nos miramos en silencio, y sentí el calor de su cuerpo cuando nuestras manos se rozaron al tomar las copas. La tensión entre nosotros creció en segundos, y sin pronunciar una palabra más, me llevó a una de las habitaciones en el segundo piso, lejos de los ojos curiosos. Al cerrar la puerta, me arrinconó suavemente contra la pared, su respiración cálida rozando mi cuello mientras sus dedos recorrían mi cintura, deslizando mi vestido hacia arriba.

Me susurró al oído, su voz profunda y suave, haciéndome estremecer:

—Aquí nadie sabe quiénes somos... podemos ser lo que queramos esta noche.

Era la idea, pero oírla en voz alta le confería una sensualidad distinta. Tontamente en ese momento me acordé que tenía el traje mal puesto y me asusté creyendo que él me vería como una fácil que tiene ya la ropa deshecha para facilitar el trabajo, pero no dije nada cuando lo sentí más cerca de mí y pude ver al instante que estaba muy interesado en mí.

Sentí cómo sus labios se deslizaban desde mi cuello hasta mi escote, mientras sus manos exploraban cada rincón de mi cuerpo. Me giró de espaldas y sentí cómo su erección rozaba contra mí mientras él deslizaba sus dedos bajo mi ropa interior, encontrándome húmeda y lista para él. Con destreza, me bajó las bragas hasta los tobillos y me susurró:

—Arrodíllate.

Obedecí, sintiéndome dominada y excitada, sin necesidad de saber su rostro completo, dejándome llevar por el misterio. Me arrodillé ante él, mirando sus labios y el leve movimiento de su máscara. Desabrochó sus pantalones y, al liberar su erección, la tomé entre mis manos y la lamí lentamente, sintiendo su dureza crecer con cada caricia de mi lengua. Sus gemidos contenidos me excitaban aún más, y su mano en mi cabello me guiaba, presionándome para que lo llevara completamente dentro de mi boca. Sentía sus manos fuertes, y su control sobre mí solo aumentaba mi deseo de complacerlo. Se apoyó contra la pared con ambas manos dejándome apreciar unos músculos preciosos en sus brazos y unas venas casi tan gruesas como las que tenía en ese momento dentro de la boca.

Su pene era tan grueso que me costaba tener la boca completamente abierta, pero hacía todo mi esfuerzo para darle placer y así yo misma excitarme con lo que sucedía.

Recordando que tenía el calzón en el suelo, llevé mis dedos hacia mi clítoris que estaba ya bastante húmedo y comencé a darme placer. Tocarme mientras le chupaba el pene me obligaba a gemir y realizar movimientos inconscientes, deseosa de estar sobre ese misterioso hombre y permitirle que me penetre con todas sus fuerzas.

Levanté la mirada y más que excitarme por la manera en la que me miraba con deseo y se mordía levemente el labio, me excitó ver esos brazos más gruesos que mis piernas. Solo en ese entonces me di cuenta de que era un hombre bastante grande con los músculos desarrollados en todo el cuerpo y me alejé unos segundos del pene para observarlos. ¡Era demasiado grande y grueso!

Me tomó de la cintura, levantándome de nuevo, y me inclinó sobre la cama, empujándome ligeramente hacia adelante mientras levantaba mi vestido hasta la cadera. Su cuerpo se apretó contra el mío, sus dedos encontrando el camino hasta mi clítoris, acariciándolo con firmeza mientras sus labios exploraban mi cuello. No podía esperar más, y al instante, sin mediar palabra, me penetró con fuerza, llenándome de una mezcla de placer y necesidad que me hizo gemir sin reservas.

Con cada embestida, sentía cómo mi cuerpo se entregaba a él, cómo el deseo de esa noche de Halloween nos consumía. Me parecía curioso oír la música a todo volumen desde fuera y yo poder estar gritando libremente. Ni siquiera había conseguido saludar a Elena y ya había cumplido mi deseo.

El hombre me tomó con mucha fuerza del cabello llevándome hacia él. Tenía la espalda completamente torcida, pero me embestía con tanta fuerza y yo sentía tanto placer que nada me importaba.

Lo eché sobre la cama y allí me monté sobre él. Pude admirar sus abdominales y la forma de su cuerpo. Él me quitó todo para dejarme desnuda y poder contemplar mi cuerpo. Sin que me diera tiempo de pensar, me tomó de la cintura y me colocó sobre su cara. Era la primera vez que me sentaba sobre un hombre y sabía bien que eso era algo que les excitaba muchísimo. Me moví de un lado al otro, hacia adelante y hacia atrás. Su lengua se paseaba por todas partes y estaba muy cerca de alcanzar el clímax, pero no pensaba hacerlo sola.

Me di la vuelta y caí directamente sobre su pene. La posición 69 era algo que me había llamado siempre la atención y esa noche estaba dispuesta a llevarla al máximo.

Con su pene completamente dentro de mi boca y mi garganta, llegué al clímax y eso le hizo llegar a él también. Qué delicia. Me tragué todo sin desperdiciar ni una sola gota y él disfrutó tanto hacerme venir en su cara.

Nos tumbamos unos minutos en la cama para hablar sobre nosotros, conocernos y sobre todo, para que pudiera ayudarme con mi traje.  

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