La ruptura con Antonio me reveló una realidad que hasta entonces no había percibido: no había experimentado la vida en su plenitud. Después de tantos años juntos, me di cuenta de que apenas había explorado otras relaciones. Aunque nuestra relación fue maravillosa, sería cruel afirmar lo contrario, me dejó un vacío inquietante respecto a mí misma.
Apenas transcurrieron unas semanas antes de que alguien más mostrara interés en mí, pero, por alguna razón desconocida, no pude corresponder. Era un joven muy atractivo, educado y con los pies en la tierra, pero no lograba despertar en mí ningún tipo de emoción. Esa misma noche en la que él me había invitado a cenar y yo lo rechacé sin una razón clara, salí con mis amigas.
Al compartir con ellas mis sentimientos, sus soluciones no parecían encajar en mi situación. Al final de la noche, Lucía se acercó y se ofreció a acompañarme a casa. No era habitual en ella, especialmente porque vivía al otro lado de la ciudad, pero acepté. Caminamos un largo rato antes de que ella fuera directo al grano.
—Debes empezar a vivir —me dijo—. Debes disfrutar de ti misma, de tu cuerpo y de tu sexualidad. Puedo ayudarte.
Acepté sin vacilaciones. Estaba dispuesta a todo y sabía que, con la experiencia de Lucía, aprender de ella sería revelador.
—Nos vemos mañana y no olvides que, si aceptas, no puedes negarte a nada. Piénsalo bien.
Segura de mí misma y decidida a seguir las lecciones de Lucía, me preparé todo el día. Me hice las uñas, arreglé mi cabello, depilé todo mi cuerpo y me vestí de manera que me hiciera sentir hermosa. No tenía ropa interior provocativa, pero sí tenía prendas que me hacían sentir bien conmigo misma, así que opté por ellas.
A las ocho en punto, Lucía llamó a mi puerta.
—Él es Santiago.
Santiago era alto y de rostro serio. Llevaba el cabello corto, con un corte de moda, y una de sus cejas lucía un espacio vacío, producto de una cuchilla. Esto le confería un aspecto rudo pero a la vez sensual.
—Nos llevará a un hotel —continuó Lucía.
Sentía que Santiago me miraba con un deseo voraz, como si fuera el lobo de la historia de Caperucita, pero su mirada era tan sensual que no me molestaba. Enderecé la espalda para realzar la forma de mis senos y sentirme más sensual ante su mirada anhelante.
—Pero no será gratis, ¿eh? —dijo él con una voz profunda—. Debes chuparme el pene.
Lucía me miró con gran seriedad, como si esto hubiera sido parte del plan, como si ella le hubiera pedido que me dijera eso. Levantó levemente una ceja y entendí lo que quería decirme.
—Está bien —dije.
Nos dirigimos al coche, un vehículo hermoso, tan bien cuidado como su dueño, con mucho espacio en la parte trasera, pero Santiago me sentó en el asiento del copiloto. Lucía besó sus labios y se acomodó en la parte trasera. El viaje comenzó como cualquier otro, pero pronto escuché un gemido proveniente del asiento trasero. Al voltear, vi a Lucía con las piernas separadas, tocándose con intensidad. No llevaba ropa interior. Cuando notó mi mirada, me sostuvo la mirada y se introdujo los dedos. Al mismo tiempo, Santiago colocó su mano sobre mi regazo, y sentí un choque de electricidad. Mi reflejo fue alejar la mano, pero me detuve y permití que continuara. Volví a mirar hacia adelante, pero moví la mano de Santiago más cerca de mi sexo, para que sintiera cómo me iba mojando. No perdió el tiempo y metió sus dedos. Volteé a ver a Lucía que continuaba masturbándose, esta vez mientras disfrutaba del espectáculo. Me tocaba los senos mientras Santiago seguía jugando con sus dedos.
Detuvo el coche en medio de la carretera, se puso de pie delante de la puerta y se bajó los pantalones. Sin salir del coche, me puse de cuatro sobre los dos asientos delanteros y comencé a chuparle el pene. Primero lentamente, lamiendo toda la piel que pude, incluidas las bolas, y luego me llevé todo el pene a la boca. Era muy grande, no me cabía entero, pero él intentaba forzarme empujando con las manos y moviendo todo su cuerpo hacia mí. Me atraganté un par de veces y tuve que alejarme para tomar aire, pero intenté no rendirme. Era enorme. No pude meterlo entero.
Mientras le chupaba el pene a Santiago, Lucía aprovechó mi posición e introdujo varios dedos en mi vagina y otro en mi ano. Al principio me dolió, era la primera vez que tenía algo allí atrás, pero me dejé llevar y sentí la intensidad recorrer todo mi cuerpo.
Santiago se aferró a mi cabeza, con mucha fuerza me tomó de la nuca y terminó dentro de mi boca. Le oí gritar de alivio, lo que dio confianza a Lucía para introducirse con mayor fuerza en mí. Me dejé caer dentro del coche para besar a Lucía y, sin que sacara sus dedos de mí, la besé pasándole parte del semen a su boca. Nos besamos durante varios minutos y, cuando finalmente llegué al clímax, tragué lo que tenía en la boca, saboreando el delicioso sabor de Santiago.
Lucía me limpió la boca con la lengua y dijo:
—Pasaste la primera lección.
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Cuentos eróticos
RomantizmEs una exquisita recopilación de cuentos eróticos que exploran los rincones más íntimos del deseo humano. Cada relato está cuidadosamente elaborado para despertar los sentidos, provocando una mezcla de emociones que van desde la ternura hasta la luj...