El vestido

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Sentado, observaba el maniquí aún desnudo, confiriéndole una importancia mayor mientras sus pensamientos vagaban. Las costureras, en silencio, ordenaban los retazos de tela y limpiaban el estudio, esperando al igual que él.

Pocos minutos después, entró la secretaria, seguida por la señorita Anna Goudon.

—Oh, señor Drée, cuánto lo siento por mi atraso —dijo con un tono muy sincero desde el fondo de su tierna voz—. Sabía que llegaría tarde y me detuve a comprarle unas flores.

La señorita Goudon entregó el ramo de flores más colorido que había adornado el estudio. Las rosas se veían diminutas entre tantos otros colores, aromas y flores de diversas procedencias.

—Es la primera vez que alguien me regala un ramo tan hermoso —respondió él con la misma sinceridad—. Muchas gracias. Monique, por favor, coloca el ramo en agua.

Con un gesto, el señor Drée indicó a la señorita Goudon que se dirigiera al centro del estudio, donde una tarima circular era iluminada desde todos los ángulos y junto a todo el material necesario.

—Primero necesito cambiarme la ropa interior, présteme el baño.

—Tenemos una habitación para eso —contestó él, indicándole la puerta con la mano.

La señorita Goudon asintió con la cabeza y desapareció por unos minutos. Mientras tanto, el señor Drée volvió a contemplar el maniquí, pensando en cómo la tela caería sobre el cuerpo de su modelo, qué pliegues serían los indicados, y que muchas de sus ideas previas tendrían que cambiar.

La señorita Goudon salió en lencería, lo que llamó la atención del señor Drée, quien se apresuró a entregarle una manta para cubrirla.

—No es necesario —dijo ella antes de ser cubierta—. Usaré el vestido con este mismo conjunto, así que necesito que sea lo más fiel posible a mi piel.

—Está bien —contestó él.

La piel era de una suavidad que parecía casi irreal, como si estuviera hecha de la más fina seda. Los dedos del señor Drée temblaban ligeramente mientras se acercaba para tomar las medidas. La luz del estudio caía sobre la señorita Goudon, resaltando cada curva y sombra de su cuerpo. Ella, con una serenidad y confianza que contrastaban con la ansiedad del diseñador, se quedó quieta, permitiendo que él trabajara sin interrupciones.

El primer contacto fue un susurro entre la cinta métrica y su piel. El señor Drée no pudo evitar un suspiro leve al sentir la calidez y suavidad que irradiaba de ella. Era como si la piel de la señorita Goudon tuviera vida propia, un campo magnético que atraía cada mirada y pensamiento. Su mente se llenó de imágenes, ideas y sueños, todos girando en torno a cómo esa piel transformaría su creación.

Las costureras, desde sus puestos, observaban en silencio, conscientes de que estaban siendo testigos de algo especial. Cada puntada, cada corte de tela, sería un tributo a esa piel, a esa mujer que, con su sola presencia, había transformado el ambiente del estudio.

La señorita Goudon, consciente del efecto que estaba teniendo en el señor Drée, sonrió levemente. Había algo en su mirada, una chispa de picardía que añadía una capa de complejidad a su presencia. No era solo su belleza física lo que la hacía fascinante, sino también esa mezcla de dulzura y misterio.

—¿Está bien, señor Drée? —preguntó ella con un tono suave, casi hipnótico, mientras él tomaba nota de las medidas en su cuaderno.

—Sí, sí, por supuesto —contestó él, intentando recuperar su compostura—. Su piel es... perfecta para este diseño. Será una obra maestra, se lo aseguro. Habrá que cambiar la tela —anunció dirigiéndose a todas las presentes—. Lo más fino que tengamos.

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