Los amigos de mi novio

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Comencé a salir con Ernesto hacía un par de meses. Desde el principio se mostró muy amable, tierno, inocente y bueno conmigo. Cumplía mis caprichos y siempre estaba para mí, pero no había pasión en él. Cuando lo descuidaba un minuto, estaba mirando el culo de alguna otra chica, viendo algún vídeo porno en internet o simplemente haciendo alguna tontería. Era, de cierto modo, bastante inmaduro. Sin embargo, lo que más me molestaba de él era su repugnante pasión por el fútbol y tener que acompañarlo los domingos de partido con cervezas y tragos fuertes. Yo nunca fui amante del alcohol.

Cumplíamos un mes de novios un domingo y, por más cursi que pareciera, para mí era importante celebrarlo, aunque solo fuera yendo a tomar un helado o a pasear por la ciudad. Pero Ernesto tuvo la brillante idea de aparecer completamente borracho en mi departamento con un grupo de amigos que yo nunca había visto. Sus amigos eran todos americanos y, sin ser discriminadora, eran negros. Eran muy altos, corpulentos y sonrientes. Ernesto, en cambio, parecía un niño a su lado. No solo por el alcohol y su comportamiento infantil, sino porque era más flaco, más bajo, sin músculos y bastante tonto.

Comenzó el partido y nos sentamos frente al muro donde Ernesto proyectaba en mi casa. Bastian, su amigo más cercano, se sentó a mi lado, dejándome entre él y Ernesto. Los demás se sentaron en los sillones traseros, pues había una elevación que les permitía ver sin dificultad.

El primer tiempo fue bastante aburrido, pero el equipo de mi novio ganaba y entendí rápidamente que los demás eran hinchas del equipo contrario. Ellos no tomaban, pero Ernesto insistía en que tomaran cervezas e incluso pidió más por delivery.

—Sabemos que no te gusta verlo así —dijo Bastian cuando Ernesto bajó a buscar las cervezas—, pero es un buen chico. Se la pasa hablando de ti. Además, tiene razón, eres muy sexy.

—¿Eso dijo? —pregunté, riendo por lo tonto que sonaba.

—Oh, sí —dijeron los otros tres desde atrás.

—A veces es tedioso escucharlo hablar tanto de ti, pero ya entiendo por qué está obsesionado contigo —agregó Bastian, recorriéndome con la mirada de pies a cabeza. Justo ese día decidí usar unos shorts cortos y, sabiendo que era domingo, la camiseta del equipo de Ernesto. No me sentía nada hermosa, pero Bastian me hizo cambiar de opinión.

—Bueno, idiotas —gritó Ernesto al entrar al departamento—. Aquí está la cerveza y vamos a apostar, ¿no?

—¿Crees que tu equipo ganará? —preguntó Bastian burlándose.

—Solo tienes que ver el primer tiempo. Vamos a aplastarlos.

—Va, ¿qué apostamos?

—¿Qué te parece cien euros por cabeza?

Los demás se negaron.

—Bueno, bueno, cincuenta.

—¿Por qué no me apuestas a mí? —dije, creando un silencio en la sala—. Siempre dices que soy tuya y tu mayor premio. Si realmente crees que tu equipo ganará, entonces no pierdes nada.

—¿Cómo? ¿Apostarte a ti? ¿Y qué harían ellos contigo?

—Lo que quieran —respondí, mirando a Bastian a los ojos. Él se pasó la lengua por el labio superior.

—¿Y si mi equipo gana? —intervino Ernesto.

—Yo te doy quinientos euros —dijo Bastian.

Ernesto, estúpidamente, estrechó la mano de Bastian unos segundos antes de que comenzara el segundo tiempo.

El equipo de Bastian marcó y Ernesto empezó a ponerse nervioso, pero luego hubo un gol de empate. Contento, Ernesto bebió de su cerveza y alardeó durante varios minutos. La alegría le duró poco, pues el equipo contrario marcó dos goles decisivos para acabar con el partido.

—No, espera —balbuceaba Ernesto—, no van a creer que en serio apostaría a mi novia.

—Una apuesta es una apuesta —dije yo, y con todas sus fuerzas, Bastian me levantó en el aire y me cargó sobre su hombro, llevándome hasta la habitación.

—Puedes venir a ver —le dijo.

Bastian me arrojó sobre la cama y, al ver el juguete que utilizaba cuando estaba sola o cuando Ernesto no conseguía hacerme terminar, se rió y lo tiró al suelo.

—No necesitarás esto.

Bastian se quitó la camiseta y se puso sobre mí para besarme. Los demás se colocaron a los costados de la cama. Mientras Bastian recorría mi cuello y pecho con sus besos, yo desabrochaba los pantalones de los demás chicos para empezar con mi trabajo.

No me quitó los shorts, simplemente los hizo a un lado y metió un dedo dentro de mí. Al instante, se sirvió de su lengua para hacerme el mejor sexo oral que jamás había experimentado. Con movimientos precisos y fuertes, su lengua acariciaba mi clítoris hasta hacerme gemir varias veces. Mientras tanto, yo masturbaba a los demás chicos, deseando tenerlos a todos dentro de mi boca. Comencé con uno, mientras manejaba a los otros dos con las manos, y Bastian abajo, haciendo su magia. Pronto, empecé a turnarme para chupar a todos.

Bastian se desnudó por completo frente a mí y me llevó su pene a la boca. Todos la tenían tan grande que se me hacía difícil llevármelos hasta adentro, pero lo intentaba con todas mis fuerzas. Relajé la garganta, pero aun así eran enormes, y me atoraba a menudo. Él me tomó del cabello y tiró para forzar la entrada. Lo sentí en el fondo de la garganta y lo mantuve allí unos segundos, sirviéndome de mi lengua para darle más placer. Vi lo mucho que le gustaba y continué. Mientras tanto, los demás se masturbaban y uno de ellos jugaba con mi vagina, metiendo y sacando sus dedos.

Apenas tuve unos segundos de libertad, empujé a Bastian para estar sobre él y tener el control. Otro de sus amigos me penetró por el ano, dándome mi primera experiencia de doble penetración, o mejor dicho, triple, ya que otro chico estaba en mi boca.

Así fue. En cuestión de minutos, tenía tres penes dentro de mí y uno en la mano. Gloria. Solo sentía placer y gloria. Era dueña de mis deseos, de mi fantasía, de ese momento. Me dejé llevar por la situación y cabalgué como nunca lo había hecho. Lo bueno era que, por el tamaño de sus penes, podía moverme con libertad sin que se salieran.

Bastian se cansó de estar abajo y, sobre todo, de estar en la cama. Nuevamente me cargó en sus hombros, mientras los otros chicos me daban unas nalgadas, llevándome hasta la sala donde el perdedor de mi novio seguía sentado. Bastian me lanzó al sillón y comenzó a follarme allí. Yo gemía llena de placer, y pronto los demás volvieron para que les chupara el pene y los masturbara. Se turnaban para disfrutar de mi cuerpo, ya fuera en mi boca, vagina o ano. El placer máximo lo sentía cuando tenía tres dentro de mí al mismo tiempo.

No pude evitar gritar de placer todas las veces que quise, y lo hacía con mucha fuerza.

Ernesto, en lugar de irse, se quedó observando cómo disfrutaba mientras me follaban como nunca nadie lo había hecho.

—Van a terminar dentro —ordené.

Uno por uno, fueron llenándome, y me excitaba sentir las pulsaciones de sus orgasmos. Cuando todos terminaron, me masturbé una última vez, soltando un grito final de éxtasis.

—Agarra tus cosas y vete —le dije a Ernesto, tumbada en el sillón, mirando a los chicos.

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