El padre de mi novio

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Había algo en el aire aquel día que me hizo sentir que algo importante iba a suceder. La barbacoa en casa de Antonio era la oportunidad perfecta para terminar nuestra relación, una que había ido en picada en los últimos meses. No podía seguir fingiendo más. Mientras me preparaba, elegí un vestido ligero y fresco, de esos que resaltaban mis curvas sin esfuerzo. Estaba lista para enfrentar la incomodidad que se avecinaba.

Al llegar, el olor a carne asada y el sonido de las risas me recibieron. Saludé a todos con una sonrisa forzada, tratando de mantener la compostura. Mis ojos buscaron automáticamente a Antonio, quien estaba ocupado en la parrilla, y luego se detuvieron en su padre, Marco. Marco siempre había sido un hombre atractivo, de esos que con solo una mirada podían hacerte sentir deseada. Hoy no fue la excepción. Llevaba una camisa desabotonada y unos jeans ajustados que dejaban ver su musculatura trabajada.

Me acerqué a Antonio, dándole un beso en la mejilla. Nuestra relación se había vuelto fría y distante, y él lo sabía. A lo largo de la tarde, mientras todos se divertían, yo no podía evitar sentirme atraída por Marco. Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, una corriente eléctrica recorría mi cuerpo. Había una conexión silenciosa y peligrosa entre nosotros, y hoy estaba dispuesta a explorarla.

En un momento, me escapé hacia el interior de la casa buscando un respiro. Me dirigí al baño en el segundo piso, pero al pasar por una habitación abierta, vi a Marco dentro. Estaba solo, mirando por la ventana, con una expresión que denotaba que también necesitaba un escape. Me detuve en el umbral, indecisa.

—¿Te sientes bien? —preguntó, girando su cabeza hacia mí.

—Sí, solo necesitaba un momento de tranquilidad —respondí, entrando en la habitación.

Cerré la puerta detrás de mí, sintiendo cómo la atmósfera cambiaba al instante. Marco se acercó, su presencia era abrumadora.

—Te ves hermosa hoy, Antonio debe estar muy contento —dijo, sus ojos recorriendo mi cuerpo.

—Gracias —dije, sintiendo el calor subir a mis mejillas—. La verdad es que Antonio ni siquiera notó mi vestido ni todo el esfuerzo que le puse a mi maquillaje. Hace mucho tiempo que no se fija en mí.

No iba a esperar que él hiciera el primer movimiento. La tensión entre nosotros era palpable, y sabía exactamente lo que quería. Me acerqué a él, acercando mis labios a su oído.

—¿Sabes? Siempre me has parecido increíblemente sexy —susurré, permitiendo que mi aliento caliente rozara su piel.

Aproveché la forma del escote y el hecho que no llevaba sostén para descubrir mis pechos. Marco se quedó inmóvil, sorprendido, pero sus ojos se oscurecieron con deseo. Antes de que pudiera responder, tomé su mano y la llevé a mi cintura, guiándolo para que me apretara contra él. Su mirada se fijó en mis tetas y no podía fingir más. Tenía las pupilas dilatas, la respiración acelerada. Me deseaba en ese mismo instante.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó con voz ronca, aunque no hizo ningún intento por detenerme.

—Algo que debería haber hecho hace mucho tiempo —respondí, besándolo con hambre.

Nuestros cuerpos se encontraron con urgencia, y Marco no pudo resistirse más. Respondió a mis besos con una pasión igual de intensa, sus manos recorriendo mi cuerpo con avidez. Nos movimos hacia la cama, y él me empujó suavemente sobre ella. Pero yo no estaba dispuesta a ceder el control tan fácilmente.

Me levanté y lo empujé hacia atrás, haciéndolo caer sentado sobre el borde de la cama. Me arrodillé frente a él, mis manos desabrochando sus jeans con rapidez. Liberé su erección y la tomé entre mis manos, lamiendo la punta con lentitud. Si bien el pene ya estaba grande y grueso como me gustaba, dentro de mi boca se hacía cada vez más grande y podía sentirlo entre las mejillas, sobre la lengua e incluso dentro de la garganta. Llevé mi cabeza hacia abajo y él, con destreza, me empujó para que todo su pene estuviera dentro de mí. Saqué la lengua con algo de dificultad para poder saborear las bolas mientras el pene seguía haciéndose más y más grande dentro de mi garganta. Perdí el aire unos segundos y las lágrimas comenzaron a brotar, pero no me detuvo.

Marco gimió, sus manos encontrando mi cabello y guiándome mientras lo chupaba con entusiasmo. Sentía su deseo, y eso solo alimentaba el mío. Allí decidió tomar las riendas y ser más duro.

Cuando sentí que estaba a punto de explotar, me levanté y me desnudé rápidamente, dejando que mis ropas cayeran al suelo sin cuidado.

—Quiero sentirte dentro de mí —le dije, montándome sobre él. Me tomó por la cintura con fuerza y se introdujo en mí. Ya estaba muy mojada, así que no se le haría nada difícil continuar con su trabajo.

Nos movimos juntos en una danza rítmica, nuestras respiraciones entrecortadas llenando la habitación. El placer aumentaba con cada embestida, y mis gemidos se volvían más fuertes. Sentía que mi cuerpo se incendiaba, y cuando finalmente alcancé el clímax, fue como una explosión de sensaciones que me hizo gritar su nombre. Él continuaba entrando en mí con fuerza y determinación, a él le faltaba terminar. Yo no tenía mayor control que dejarme guiar por su deseo, por sus movimientos, por su placer. Era la primera vez que me sentía deseada, que sentía que mi cuerpo era útil para el placer de un hombre. Me sentí bien con esa sensación, no sentí que estaba siendo usada, sino me sentía llena de placer y complacida de ser quien le daba placer a Marco.

Marco siguió moviéndose, llevándome al borde una y otra vez, hasta que finalmente se dejó llevar por su propio orgasmo, llenándome con su calor.

—Debo marcharme —susurré, besándolo suavemente en los labios.

Bajé las escaleras mientras arreglaba mi cabello. Antonio me vio descender las escaleras con una mirada sorprendida. Al instante supo que todo había llegado a su fin y seguramente supo por qué. 

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