Los bosques alejados de la sociedad siempre habían sido su refugio, un lugar donde podría escapar de las miradas y juicios del mundo. Julia encontraba en el silencio de los árboles y el susurro del viento una tranquilidad que le permitía ser completamente ella misma. Esta vez, había llevado consigo su teléfono móvil, lista para grabar uno de esos momentos íntimos que tanto disfrutaba.
Había encontrado el lugar perfecto, un pequeño claro rodeado de árboles altos que ofrecían una privacidad total. El sol se filtraba a través de las hojas, creando un juego de luces y sombras sobre la hierba. Julia extendió una manta sobre el suelo y se sentó, dejando que sus dedos acariciaran suavemente su piel. La sensación de la brisa contra su cuerpo semidesnudo la excitaba, y pronto, el deseo comenzó a crecer dentro de ella.
Colocó su teléfono en un ángulo que capturaba perfectamente su figura, con la cámara apuntando hacia su cuerpo. Comenzó a acariciarse lentamente, disfrutando del contraste entre la fresca brisa y el calor de su piel. Sus manos recorrieron sus pechos, pellizcando suavemente sus pezones antes de deslizarse hacia su abdomen y luego más abajo, hasta encontrar su clítoris.
Julia cerró los ojos y dejó que sus dedos hicieran el trabajo, moviéndose con una mezcla de suavidad y firmeza que conocía bien. El placer se intensificaba con cada movimiento, y pronto, sus gemidos llenaron el claro. La idea de estar sola en medio del bosque, con la posibilidad de ser descubierta, solo aumentaba su excitación.
Mientras se masturbaba, un deseo creciente por un hombre comenzó a dominar sus pensamientos. Fantaseaba con la idea de que alguien la viera, de ser tomada en ese mismo lugar, de manera salvaje y apasionada. Sus gemidos se hicieron más fuertes, y justo cuando estaba al borde del clímax, escuchó un crujido de ramas a su derecha.
Julia abrió los ojos de golpe y vio a un hombre alto, de aspecto robusto, observándola desde la sombra de los árboles. Su mirada era intensa, y en su expresión había una mezcla de sorpresa y deseo. Por un momento, ambos se quedaron inmóviles, atrapados en la tensión del momento. Ella, aún con los dedos en su clítoris, y él, incapaz de apartar la vista de su cuerpo.
—No te detengas —dijo él, su voz profunda y cargada de lujuria.
Julia, lejos de asustarse, sintió cómo el deseo la consumía por completo. Sin dejar de mirarlo, comenzó a moverse de nuevo, esta vez con más intensidad. El hombre dio un paso adelante, luego otro, hasta que estuvo tan cerca que podía sentir su calor. Se arrodilló frente a ella, sus ojos fijos en los suyos, y llevó una mano a su propia entrepierna.
—Quiero verte venir —murmuró, y Julia obedeció, aumentando el ritmo de sus caricias hasta que el orgasmo la alcanzó con una fuerza que la hizo gritar de placer.
Antes de que pudiera recuperarse, el hombre la tomó por la cintura y la giró sobre la manta. Sus manos eran firmes pero gentiles, y cuando la penetró, lo hizo con una fuerza y una pasión que la hicieron arquear la espalda y gemir de nuevo. Se movían al unísono, como si sus cuerpos estuvieran hechos para encajar perfectamente. Cada embestida era profunda y precisa, llevando a Julia a un estado de éxtasis que jamás había experimentado.
Julia llegó al orgasmo gritando con tal fuerza que el eco regresó el sonido de los gritos hasta sus oídos y eso animó al hombre a seguir con mayor intensidad. Se retiró toda la ropa para unir su piel con la de Julia quien se dejó tomar por completo. El hombre se alejó un segundo para recuperar el aliento y ella con ganas de más se dirigió al pene que, húmedo con ella misma, brillaba con el reflejo del agua. Se lo llevó a la boca saboreando esa fusión de sabores, esa mezcla de intimidad que había causado el deseo y la lujuria. Levantó la mirada y vio con mayor detalle el rostro del hombre. Le excitó ver la barba cuidada, la mandíbula marcada, pero sobre todo el gesto de placer y cómo llevaba la mirada al cielo sumido en el placer que causaba su lengua.
Julia se dejó caer sobre su espalda para ser tomada nuevamente. El hombre la penetró una vez más, llevó sus dedos a los senos y las embestidas tomaron una fuerza mayor.
—En la boca, por favor, en la boca —imploró Julia y el hombre obedeció. Llevó todo su cuerpo sobre el de Julia y se masturbó unos pocos segundos para terminar en la boca de Julia mientras ella acariciaba con delicadeza los testículos que rozaban sus pechos.
Julia, contenta con su trabajo y su recompensa, jugó unos segundos con el regalo que tenía en la boca. Sacó la lengua para mostrarle al hombre cómo estaba alegre con lo que iría a tragarse y así lo hizo. Tragó y dejó escapar un último gemido de placer. Se limpió las últimas gotas que habían caído fuera de la boca y se chupó los dedos.
El hombre se puso de pie. Se vistió y se marchó.
Julia dejó de grabar y antes de marcharse completamente satisfecha, disfrutó de la vista con ganas de regresar y ser usada una vez más.
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Cuentos eróticos
RomanceEs una exquisita recopilación de cuentos eróticos que exploran los rincones más íntimos del deseo humano. Cada relato está cuidadosamente elaborado para despertar los sentidos, provocando una mezcla de emociones que van desde la ternura hasta la luj...