Aprendiendo a ser una Zorra: Tercera lección

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Recibí un mensaje de Lucía una tarde: "Nos vemos esta noche a las 10. No olvides llevar el butt plug." Sonreí ante la instrucción, recordando las experiencias anteriores, y comencé a prepararme.

Elegí un vestido de encaje rojo que dejaba poco a la imaginación, resaltando cada curva de mi cuerpo. Me aseguré de que el butt plug estuviera colocado correctamente, disfrutando de la sensación de plenitud y la ligera incomodidad que se volvía excitante. Al llegar la hora, Lucía llegó en un coche diferente, un deportivo que destacaba aún más su elegancia.

—Estás lista para tu tercera lección —dijo Lucía con una sonrisa misteriosa.

Nos dirigimos a una mansión a pocos kilómetros de la ciudad. La fachada no era nada discreta; más bien ostentosa e iluminada. A la distancia, en el segundo piso, una luz azul danzaba en el aire, dejándome entender que se trataba de una piscina, posiblemente en uso. Los muros eran blancos, excepto por la entrada que gozaba del color gris y las rejas del mismo color. El estilo era moderno y dominaban las líneas rectas, los muros infinitos y la gran cantidad de cristal que permitía el ingreso de la luz natural a toda hora, incluso la noche.

Lucía llamó al timbre sin salir del coche y el portón se abrió al instante. De pronto, noté mucha seriedad en su mirada, e incluso se mantuvo en silencio. Estacionó el coche en medio del camino como si la casa fuera suya. Descendió y la seguí.

Las escaleras nos llevaron a la sala principal, donde una fina mesa dejaba reposar sobre ella un enorme adorno floral y una carta apoyada contra el macetero. Ella abrió la carta y la leyó en voz alta, era un mensaje muy corto. "Las flores son para ti, una vez que te vayas."

—Yo llego hasta aquí —dijo Lucía, besándome la mejilla—. Es tu última lección, yo aquí no tengo nada más que hacer. Todo se quedará entre las dos, no te preocupes por nada. Te esperan arriba.

Me dio miedo estar sola, debo admitirlo. Me senté unos minutos antes de tener el coraje suficiente para subir. Me dejé llevar por las escaleras y una luz me guió hasta una gran habitación con muros blancos y verdes, una cama blanca en medio, varios sillones al costado y una chimenea encendida.

Varios hombres esperaban mi llegada.

Me detuve en la entrada de la habitación. No esperaba ver tantos hombres juntos, y claro que todos esperaban mi llegada; tendría que complacerlos a todos. Cerré las manos por el nerviosismo cuando todas las miradas se posaron en mí. Uno de ellos se acercó, se puso a una distancia prudente y me extendió la mano.

—No tengas miedo —dijo—, estamos aquí por la misma razón y ninguno quiere hacerte daño.

Tomé su mano y dejé que me guiara hasta el centro de la habitación. Las miradas comenzaban a gustarme, en especial porque sentía que muchas se centraban en mis pechos, en mis piernas, otras en la entrepierna y eso me gustaba. Me enderecé para resaltar todas las curvas y pude ver un par de cejas levantadas, sorprendidas y miradas deseosas. No quise contar cuántos hombres estaban presentes, pero extrañamente me vi deseando más.

El chico que me había llevado hasta el centro me miró a los ojos. Intentó tranquilizarme recordando todas las reglas, los límites y la situación en la que estábamos todos. Ninguno era profesional, mucho menos actores de cine para adultos, pero eran todos muy guapos y muy bien cuidados. Tenían un grupo en el que se cuidaban realizándose exámenes con mucha regularidad y muchos de ellos asistían con sus parejas. Como esa noche yo era la única mujer, en la habitación solo estaban los hombres. Habían hecho una selección de los más guapos, los más musculosos, cosa que me hizo sentir muy importante.

Una vez que el chico terminó de hablar, retiré el cabello de mi espalda, me volteé y entendió lo que debía hacer. Me ayudó a quitarme todo lo que llevaba por encima. Por debajo llevaba una lencería de cuero que solo sujetaba los pechos, pero permitía que se vieran casi por completo. Abajo, al igual que arriba, no era necesario utilizar la imaginación, ya que la tanga tenía una apertura y dejaba ver todo. El conjunto combinaba con los zapatos negros que subían con tirantes hasta la pantorrilla.

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