Bienvenida al nuevo vecino

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El ruido era insoportable. Se estaban mudando frente a mi piso y la bulla no cesaba ni un segundo. Al principio intenté evitar oír lo que pasaba afuera, pero ni siquiera con los auriculares puestos podía huir del estruendo de los hombres cargando sillones, camas y todo lo necesario para amoblar un piso. Poco antes del mediodía me cansé y quise ver por qué no dejaban de subir cosas. Por la mirilla solo pude divisar varias cajas y partes de máquinas que, en mi mente, eran de gimnasio.

Para distraerme me puse a cocinar. Nunca había sido fanática de la cocina, pero era algo que me gustaba hacer para calmar los nervios y, en este caso, olvidar todo lo que sucedía fuera de las paredes que conformaban mi piso. Puse la música a todo volumen, le di de comer a mi preciosa gatita que me acompañaba siempre de un lado al otro y comencé con mi pobre técnica culinaria.

El plato estaba casi listo cuando tocaron a la puerta. No puedo describir la rabia que me dio. De hecho, creo que dejé escapar varias palabras malsonantes en ese momento y me dejé llevar por la ira. Todo aquel que ha experimentado esto sabrá que el mínimo ruido en casa puede ser la gota que colme el vaso.

Abrí de muy mala gana, pero detrás de mi puerta se encontraba un chico muy guapo, de mi edad, calculé a ojo. Llevaba una camiseta negra y un pantalón de chándal gris que le marcaba toda la polla. Mis ojos fueron de su rostro directo a su entrepierna y no pude estar más avergonzada.

Se presentó, pero no pude oír bien su nombre por mis pensamientos intrusos y mis ganas de ser tragada por la tierra. Se disculpó por todo el ruido y prometió que todo habría terminado para las seis de la tarde. Se despidió con un estrechón de manos y fue allí cuando deseé realmente estar muerta. Al levantar mi mano para despedirme, hice un mal movimiento y rocé con mucha fuerza su entrepierna. Ambos ignoramos lo sucedido, pero sé que me puse roja y él sonrió avergonzado.

Cerré la puerta a gran velocidad y me dejé caer frente a ésta.

No pude comer durante varios minutos. Solo podía pensar en él. Tenía todo lo que me gustaba en un hombre: el cabello recortado, la barba bien cuidada, los músculos grandes, una entrepierna grande y, por lo que pude sentir, gruesa. Era, como diría la literatura para jóvenes, el chico perfecto.

Para distraerme un poco, salí toda la tarde y regresé poco después de las seis. En efecto, el camión de mudanza se alistaba para partir y allí estaba el vecino, despidiendo a todos y entregándoles comida como un agradecimiento suplementario.

—Hey —dijo al verme llegar—. Ahora que seremos vecinos, sería bueno que supiera tu nombre.

—Tamara —contesté.

—Víctor, por si no lo recuerdas.

Reí y fingí recordar a la perfección su nombre. Subimos juntos por el elevador y me comentó un poco sobre por qué se mudaba al edificio. No era nuevo en la ciudad, pero sí había conseguido un mejor trabajo que le permitía tener un mejor lugar para vivir.

Me dejó en la puerta de mi piso y se despidió:

—Iré a buscar algo de comer.

—Espera —lo detuve—. Puedes comer aquí. Invento alguna receta y comemos juntos.

Me arrepentí al instante. ¿Qué estaba pensando? Pero ya era tarde. Víctor sonrió y aceptó la invitación.

Entramos a mi departamento y de inmediato me puse a improvisar una cena. Él se sentó en la barra de la cocina, observándome con interés. La tensión era palpable, y el ambiente se volvía más cálido a medida que la noche avanzaba.

Mientras cocinaba, me di cuenta de que no podía dejar de mirarlo. La conversación fluía naturalmente y, sin darme cuenta, nos habíamos acercado uno al otro. Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y deseo.

—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó, levantándose y acercándose más a mí.

—No, no te preocupes, está todo bajo control —respondí, aunque mis manos temblaban un poco.

De repente, sentí su presencia justo detrás de mí. Su calor irradiaba hacia mi espalda y mi respiración se aceleró. Víctor tomó una cuchara de la encimera y probó la salsa que estaba preparando.

—Está deliciosa —dijo en un susurro cerca de mi oído, haciendo que mi piel se erizara.

Me giré para enfrentarlo y nuestros cuerpos quedaron a escasos centímetros de distancia. La tensión entre nosotros era innegable. Sin pensarlo dos veces, me incliné y lo besé. Fue un beso intenso, cargado de deseo y urgencia. Sentí sus manos recorrer mi espalda y mis piernas se debilitaron.

Nos miramos y supimos, sin realmente saber, lo que vendría.

Nos movimos torpemente hacia el sofá, sin dejar de besarnos. Mi cuerpo ardía de deseo y podía sentir cómo el suyo respondía de la misma manera. Nos despojamos de nuestras ropas con ansias, dejando al descubierto nuestros cuerpos desnudos.

Víctor me tomó en sus brazos y me llevó hasta el dormitorio. Me depositó suavemente en la cama y, sin perder tiempo, comenzó a explorar cada rincón de mi piel con sus labios y sus manos. Gemí de placer al sentir sus caricias, dejándome llevar por la ola de sensaciones que me invadía.

Sus labios descendieron por mi cuello, mis pechos, hasta llegar a mi vientre. Se detuvo un momento, mirándome a los ojos, y luego continuó bajando hasta encontrar mi sexo. Su lengua comenzó a moverse con destreza, arrancándome gemidos de placer.

—Oh, Víctor... sí, así... —jadeé, aferrándome a las sábanas.

Mi cuerpo se arqueó de placer cuando sentí que estaba a punto de gritar de placer. Víctor no se detuvo hasta que me vio explotar en un orgasmo intenso, dejándome temblando de placer.

Se incorporó y me besó de nuevo, esta vez con una suavidad que contrastaba con la pasión anterior. Sentí su erección contra mi muslo y lo guié hacia mi entrada, ansiosa por sentirlo dentro de mí.

—Hazme tuya, Víctor —susurré.

Con un movimiento firme, Víctor se adentró en mí. Ambos gemimos al unísono. Comenzó a moverse, primero despacio, luego más rápido, aumentando el ritmo y la intensidad de su polla dentro de mí.

—Tamara, eres increíble —murmuró, acercándose al clímax.

—Víctor, no pares... por favor, no pares —rogué, sintiendo que otro orgasmo se acercaba.

Víctor aumentó el ritmo, y juntos alcanzamos el éxtasis en un clímax compartido que nos dejó sin aliento. Se desplomó a mi lado, abrazándome con fuerza mientras nuestras respiraciones se calmaban.

Sentía el semen caer por mis piernas. Como última acción, llevé mis dedos hacia mi trofeo, llevé el semen a mi boca y los chupé dejándole entender a Victor que quería chupar más que solo mis dedos.

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