Capítulo 8

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— Maldita seas, Katina... ¿Qué hiciste?—  Yulia se levantó llena de furia y comenzó una lucha de empujones contra la puerta. Todo su cuerpo, en especial su hombro derecho, impactaba fuertemente en la madera. Estaba fuera de sus cabales, lo que Katina acaba de hacer había pasado los limites.

Elena se asustó tanto que se alejó unos metros de la puerta viendo como se movía de lado a lado a punto de derrumbarse. El teléfono seguía timbrando sin parar y el sonido de los golpes cada vez aumentaba. Todo parecía volverse un caos.

Con rapidez fue al baño, se envolvió en una bata de color blanca y corrió hasta la puerta de su habitación lista para que en cualquier momento llamar a los guardias si la situación se descontrolaba más de lo que ya estaba.

—¡Ya detente, Volkova! ¡Si no lo haces le contestaré de nuevo a esa estúpida y le diré cosas peores. Tú decides—  Le amenazó, pero Yulia no se detuvo. Al contrario, comenzó a golpear con más fuerza de lo normal logrando agrietar la madera.

Yulia no paraba, estaba tan cegada por la rabia que nada le importaba en ese instante. Pero pronto, el fuerte dolor que comenzó a sentir en el hombro le hizo parar y cayó al suelo contra la puerta tomando su brazo y lagrimeando de frustración.

Notando que los ataques se habían detenido, Elena regresó al closet en puntillas, nuevamente juntando su oreja en la madera. Al otro lado se escuchaba la respiración descontrolada de Yulia y unos diminutos quejidos.

—¿Es todo? ¿Es lo único que tienes?— Elena trató de provocarla otra vez —¿Te imaginas como está tu noviecita en este momento? No, disculpa, tu "Reinita", si, debió creerse todo lo que le dije y seguramente ahora está llorando y ahogándose en su pena por tener a una basura de pareja como tú.

El silencio continuaba dentro del closet, Yulia podía escuchar cada palabra de la mujer y aunque le lastimaba a montones, había quedado exhausta y sin fuerzas tanto física y mentalmente como para intentar algo o contestarle siquiera. Tampoco valía la pena. Katina ya lo había jodido todo.

¿Qué pasa Volkova? ¿Estás muerta? ¡Contesta!— Elena gritó y pateó la puerta con violencia, se dio cuenta de que sus intentos eran inútiles e irritada regresó a la cama quitándose la bata para luego cubrirse de pies a cabeza con la cálida sabana. Apagó su lámpara y cerró los ojos mientras dejaba invadir sus oídos con los pequeños gemidos provenientes del closet.

Al siguiente día, Fedora, la encargada de la casa, entró en silencio a la habitación de Elena y en su mesita dejó una bandeja con jugo de naranja, frutas y tostadas. Sus alimentos favoritos y los mismos que le preparaba todas las mañanas.

Se acercó a la cama empujándola con suavidad de los hombros para despertarla.

—Lena, el desayuno está aquí—  Avisó mientras le movía.

Elena comenzó enderezándose y abriendo los ojos poco a poco al mismo tiempo que una linda sonrisa se formaba en su rostro.

—Siempre estás consintiéndome, Fedo— Le dijo, y luego envolvió en un abrazo a la encargada antes de sentarse en la cama.

—Es mi deber— respondió también con una sonrisa, tomó la bandeja y la deslizó sobre sus piernas —¿Quieres que llame a Katya para que tome el desayuno contigo?

Elena asintió a punto de tomar su vaso pero rápidamente se retractó, negando con la cabeza exageradamente y haciendo que el rostro de Fedora se mostrara confundido —No, no..., eh... Déjala en su habitación tranquila. Yo... recordé que tengo algo que hacer, ¿me das un momento a solas, por favor?— Pidió nerviosa.

Fedora asintió, aún sin entender su repentina reacción. Salió de la habitación y de inmediato Elena dejó el desayuno sobre la cama y se envolvió en la bata para luego correr hacia el baño.

Mis Ojos Sobre TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora