Introducción

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En algún momento de mi infancia, yo estuve sentada en el regazo de mi madre. Se trata de un recuerdo casi desvanecido que mantengo únicamente por la sensación de calidez en mi memoria. Había levantado la mirada cuando le pregunté a dónde iban las niñas al crecer. Ella me dijo:

—Supongo que llega un día en el que las niñas se convierten en mujeres del mundo, pero tú, Sara, tendrás que ser mía para siempre.

El tierno beso en la mejilla que me dio al final fue el sello que inmortalizó la escena en mi cerebro. Es algo que diría cualquier madre amorosa, pero creo que, en mi caso, terminó por ser cierto.

Hoy me siento en la acera de mi casa para observar a las niñas que ya crecieron entregándose al mundo, y me pregunto cuándo me tocará a mí. Aunque no es un pensamiento frecuente; a menudo estoy agradecida de pertenecerle a mi familia, de poder escarmenar el cabello de mi hermana. Yo tengo mi propio mundo: chico y protegido, pero es mío, al fin y al cabo.

Solo que, de vez en cuando, todavía tengo curiosidad. ¿Cómo sería la vida de una Sara que no tiene miedo de nada? Tendría el pelo alborotado y me reiría de cualquier cosa. Daría vueltas en la pista de baile con un vestido brillante. Las personas se acordarían de mí, contaría miles de historias. Sería una chica de los noventas.

Fantasía en DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora