Capítulo 1

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・ 。呪いの王 。・

Yuji Itadori se podía considerar un chico muy risueño a pesar de las dificultades que atravesó en su corta vida. Con el paso de los años, había hecho muy buenos amigos en el colegio e instituto, y recientemente, al cumplir la mayoría de edad, esperaba hacerlos también en la universidad. Ahí radicaba el problema de su nerviosismo, justo al final del pasillo.

Sus manos temblorosas sujetaban el papel de la matrícula para el grado de «Ciencias de la actividad física y el deporte», así rezaba el título del documento. Había elegido una facultad no muy alejada de donde estudiaban sus amigos, porque tampoco quería alejarse mucho de ellos, pero procuraba no hacerse ilusiones, el que pagaba no era él.

Caminaba sobre la lujosa alfombra tejida a mano, más cara que la mitad de los muebles de la mansión, hasta quedarse estático en una esquina al lado de un busto de mármol que a sus ojos era terriblemente feo, aunque él tampoco entendía nada de arte y lujos. Su objetivo solo estaba a unos metros, pero no entendía por qué su corazón latía desbocado.

Solo debía llamar a la puerta, pedir entrar y hablar con su tío, explicar su petición y si accedía a firmar la matrícula, asunto resuelto. Sin embargo, no todo era tan fácil. No tenía la mejor relación con él, apenas cruzaban palabras, su figura le imponía demasiado si lo sumaba a su aspecto físico. Sukuna había perdido el ojo derecho y solía vestir un parche, de crío Yuji bromeaba con que era un pirata y eso no le hacía nada de gracia.

Generalmente esos asuntos los hablaba con su secretaria, que por alguna extraña razón no encontraba por ningún lado y eso que había buscado por todas partes. Sus preguntas pronto fueron resueltas, cuando la puerta del despacho de su tío Sukuna se abrió, dando paso a una apurada Uraume. Yuji se mantuvo bien quieto en su sitio, medio escondido por una cortina, y observó con cuidado sus movimientos.

La mujer parecía caminar incómoda con los tacones, se paró al lado de la pared y volvió a colocarse el zapato. Luego maldijo al aire un par de veces, se sacudió la ropa —que llevaba descolocada y llena de arrugas—, y peinó su cabello revuelto.

—Maldita sea, tendré que comprar una pastilla... —murmuró, retomando su camino con cierta dificultad. Podía jurar que la veía tambalearse.

Confuso, esperó a que bajase las escaleras al final de la estancia para salir de su escondite. ¿Serían imaginaciones suyas o ella y Sukuna..?

Negó con la cabeza, los asuntos de su tío le daban igual, él no se metía en su vida, tampoco quería husmear donde no debía pero era una persona curiosa. Todo había sido sin querer buscarlo, aunque debía reconocer que vivía por y para el chisme.

Volviendo al asunto principal, el chico andó hasta la puerta y llamó con timidez, dos y tres veces, esperando con los nudillos pegados a la madera. Nadie respondía al otro lado, además tenían prohibido entrar en su despacho. ¿Debía pasar y dejarle el documento en la mesa para que lo viera al día siguiente?

Así hizo, aún con miedo de una inminente bronca, pero mejor pedir perdón que pedir permiso, no quería pasar la fecha límite de la entrega de la matrícula. Quien no arriesga, no gana. Esa estúpida acción que estaba a punto de hacer fue la que desencadenó el futuro incierto al que enfrentaría los siguientes años, ya no había vuelta atrás.

Finalmente hizo girar el pomo dorado y entró en el despacho, efectivamente vacío. Cerró a su espalda y caminó con cuidado —como si esquivase un campo de minas—, hasta el escritorio que decoraba la mitad de la habitación.

Sobre el mueble de caoba descansaban varias pilas de documentos con demasiado texto que ni se molestó en ojear. Yuji dejó el suyo a un lado, rezando porque Sukuna lo viera después y firmase. Ya preguntaría en otro momento por él.

Solo los amantes sobreviven (SukuIta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora