Capítulo 4

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・  。呪いの王 。・

¿Cuánto había transcurrido? Técnicamente quince minutos, Yuji lo tenía perfectamente calculado mirando la hora en su teléfono, pero sin embargo le estaba pareciendo una eternidad. Por suerte el maletero era bastante ancho, aunque no podía estirar las piernas para estar lo suficientemente cómodo.

Lo único que pensaba era en los malditos baches de la autopista y los zarandeos que sentía cuando Sukuna aceleraba cada vez más. Probablemente estuviera excediendo el límite de velocidad desde hacía bastante rato.

—No sé por qué os hice caso... —murmuró Yuji, cerrando los ojos, maldiciendo a sus amigos en silencio.

Nobara y Megumi seguían —en sus respectivas casas— expectantes en llamada, esperando un mensaje de su amigo, uno que dijera algo bueno. Un simple «sólo se fué a cenar fuera» o «estaba de reunión con unos inversores extranjeros, por eso las horas...», realmente era lo que deseaba el joven Fushiguro, pero nada de eso pasó. Ningún mensaje, ninguna llamada, nada de nada. Y así pasaron las horas. Lo que inició como un inocente juego de espías se convirtió en algo más retorcido poco después.

El mustang negro paró después de unos minutos más y Sukuna salió dando un portazo, bastante apresurado que casi no cierra con llave. Yuji esperó un poco más y luego tiró de la pequeña palanca, hasta que el maletero se abrió de golpe, el chico se quedó quieto en su sitio hasta descubrir en dónde se encontraba. No veía nada, tampoco a nadie.

Bajó los pies y pudo notar que el suelo estaba duro, parecía un aparcamiento. Cerró el maletero a su espalda de forma lenta para no llamar la atención de nadie, y rezó por no estar en medio de la nada porque ya no tenía manera de regresar al coche si no era enfrentando a su tío. Y eso era algo que no pensaba hacer jamás.

—¿Qué..?

Unas voces y risas llegaron a sus oídos, no estaba solo. En medio de la noche un cartel de neón rosa iluminaba su camino, como una señal divina entre tanta confusión.

—¿«Rosas negras»? —leyó en alto, caminando hacia el lugar.

No había mucho a su alrededor, al menos no iluminado. Según Google Maps, estaba en medio de un polígono industrial y paseando por calles vacías, pero ese local en medio de la nada indicaba todo lo contrario. Aquel lugar no estaba abandonado, simplemente no deseaba ser encontrado.

—Debo entrar... —murmuró para sí mismo, armándose de valor.

Yuji caminó hasta el local con paso precavido, se había subido la capucha para esconder sus más que reconocibles cabellos rosados, rezando por no cruzarse con Sukuna antes de tiempo. Esquivó al grupo de personas que hablaba demasiado alto, rozando lo molesto, y empujó la puerta de metal, sorprendido de que no hubiera nadie de seguridad guardando la entrada.

Entonces una mezcla de olores llegaron a sus fosas nasales, de los cuales pocos podía reconocer, tal vez humo, alcohol o una amalgama de perfumes que se agolpaban en su nariz y llegaron a marearlo un poco.

Música a todo volumen, un escenario al fondo donde alguien hacía un número quitándose ropa, camareros yendo y viniendo, más y más personas —sobre todo hombres— repartidas por todo el lugar en cabinas privadas con asientos de cuero y mesas de madera, esperando sus bebidas. Muchos estímulos en tan poco tiempo.

En un primer vistazo, no había nada fuera de lugar, era un local de ambiente. Sin embargo, se preguntaba por qué ese secretismo. Sus preguntas serían respondidas a lo largo de la noche, comenzando por el barman que no había perdido de vista al chico desde que entró al establecimiento.

—¡Eh, tú! —lo llamó, cruzándose de brazos.

Yuji sintió el corazón latir con fuerza, temeroso de que alguien lo hubiera descubierto. Se acercó al camarero que le esperaba tras la barra y tomó asiento ya que él se lo señaló con la mano. Pero no era su tío, podía respirar relativamente tranquilo.

Solo los amantes sobreviven (SukuIta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora