Capítulo 6

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・ 。呪いの王 。・

Toji Fushiguro. Había recordado su nombre en cuanto mencionó a Megumi. No lo conocía profundamente pero sí habían coincidido varias veces cuando iba a la casa de su amigo, ya eran muchos años de amistad para saber que los padres de Megumi no pasaban por su mejor momento y si no se habían divorciado era por sus hijos.

Megumi a menudo se desahogaba con Yuji y Nobara de sus problemas las tardes que quedaban en alguna cafetería del centro. Su padre solía regresar tarde a casa, apestando a tabaco y alcohol. La economía familiar de los Fushiguro no era la mejor por su ludopatía y que gastaba en apuestas cada mísero yen que ganaba en trabajos de mierda.

La madre de Megumi se dejaba el alma en varios trabajos muy mal pagados para que sus hijos pudieran ir a la universidad y tener un futuro mejor que ella. Yuji la admiraba mucho, al mismo tiempo que dedicaba una mirada de odio hacia Toji en medio de la calle, que simplemente se había limitado a ofrecerle una mano, pero lo rechazó para levantarse él solo.

El hombre tiró el cigarro al suelo y lo apagó con la suela del zapato, intercambiando miradas entre el muchacho, el charco de vómito que había soltado segundos antes y sus dedos heridos que intentaba ocultar de forma inútil.

—¿Estás solo?

—Sí —afirmó Yuji, aclarándose la garganta, aún podía sentir el sabor ácido de la última comida.

Toji parecía dudar en sus palabras y miraba a su espalda, como esperando que surgiera su hijo de alguna sombra.

—¿Dónde está Gumi?

—En su casa, he venido solo —insistió el joven Itadori.

El hombre soltó un pequeño suspiro y parecía más aliviado. Por una parte estaba nervioso de encontrar a su hijo en aquel lugar, aunque lo peor de todo era que descubriera lo que estaba haciendo allí. No parecía que frecuentase aquellos lugares, al menos no como cliente.

Ahí Yuji se dió cuenta del detalle de su vestimenta, ropa ajustada y corta, mostrando la mayor parte de sus músculos. Toji Fushiguro no se gastaba el dinero en el gimnasio, en su lugar había trabajado toda su vida como albañil, tarea que le había puesto en forma y permitido tener un físico envidiable. Eso mismo estaba usando de reclamo.

Era un hombre egoísta, despreciable, un desgraciado con todas las letras, y eso solo incrementó el odio intrínseco que Yuji sentía por él. No tenía suficiente con llevar a su familia a la ruina, que además ahora se prostituía en locales nocturnos para seguramente acabar gastando ese dinero también en apuestas.

Pero en eso se equivocaba, porque meses antes Toji pareció recapacitar la última vez que hizo llorar a Megumi y había buscado la manera rápida de ganar dinero para pagar los estudios de sus hijos. Nunca sería la mejor manera, pero tampoco había mucha elección si una opción era quedarse en la calle.

Yuji quería irse, quería dejar de hablar con ese horrible hombre. Y de nuevo parecieron escuchar sus súplicas, porque un coche negro se acercó a la acera donde estaban los dos hablando y se paró, bajando la ventanilla del copiloto, interrumpiendo la conversación.

—Oye —llamó aquel tipo con unas gafas oscuras—. ¿Te está molestando este hombre?

—¿Qué? No, no —negó Yuji, moviendo la cabeza repetidas veces, tal vez demasiadas.

—¿Quién eres tú? —preguntó Toji, apoyando la mano sobre el marco de la ventana, cosa que no agradó mucho al otro tipo que acabó bajando del vehículo.

Rodeó el coche y se paró frente a Yuji, tomando su hombro como si de un amigo de toda la vida se tratase. Cabellos blancos alborotados por toda su frente, ropa de calle bastante normal, unas gafas de sol negras que tapaban unos ojos azules que brillaban incluso detrás del cristal oscuro. Era muy llamativo.

Solo los amantes sobreviven (SukuIta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora