No había salido de la que sería mi casa con Alex luego de que nos casáramos. Tenía más de un mes viviendo a base de la comida que teníamos preparada para los primeros días que la habitáramos. Rara vez comía, no permitía que nadie me visitara. La tía Sara llegaba al principio dos veces al día a intentar que yo abriera la puerta, pero poco a poco sus visitas disminuyeron.
—Ábreme Alex. Sé que sigues ahí. Tienes que aprender a afrontar esto y solo no puedes hacerlo. Déjame entrar, salgamos, ven a mi apartamento, hagamos algo, pero muéstrame tu rostro, por favor—pero nunca le abrí la puerta a ella ni a nadie más. Llegaban compañeros del hospital, personas que llegaron a ser pacientes míos, profesores de la universidad, pero nadie me importaba.
Cuando comencé a quedarme sin comida, le pagaba a un niño para que hiciera compras por mi. Solo abría un poco para darle el dinero y para recibir mi paquete. Lloraba todos los días, y dormía cuando el dolor de cabeza se volvía insoportable. No abría las cortinas, podía pasar una semana completa sin darme una ducha... Así fueron muchos, muchos meses hasta que comencé a ir por mi cuenta a la tienda del joven del que ya les había comentado, pero esa pequeña salida no iba a hacer que lo que había dentro de mi cambiara.
La tía Sara se cansó de llamar, de buscarme, mis compañeros, todos, nadie más volvió a tocar mi puerta, no volví a recibir correos aunque nunca los abrí, para el mundo yo había dejado de existir y verdaderamente, eso no me importaba, ni siquiera el hecho de haber perdido mi empleo o haber dejado la universidad inconclusa. ¿De qué valdría seguir? mi motivación ya no estaba más... Era como si me había pasado corriendo toda mi vida por una meta que nunca alcancé.
El día que papá me visitó, solo vino a recordar lo miserable que he sido. No deja de resonar en mi cabeza la respuesta que me dio cuando le pregunté: ¿Qué hice mal? y el me dijo: —¿Hemos hecho algo mal?
Cada día desde que Alex partió me he preguntado el porqué, el cómo seguir, pero no he encontrado la respuesta ni por debajo de las piedras...Papá nunca me había querido, y con la muerte de mamá, el poquísimo aprecio que tenia por mi había desaparecido. Después de tantos años sin verle, ya ni sabía si era mi padre el que había estado frente a mi.
Respecto al padre de Alex, un día me di cuenta que me buscó en el apartamento de la tía Sara, no sé exactamente con qué intención pero
—¿Sabía lo de su hija?—preguntó Tiburcio
—No, se enteró por boca de la tía y desde entonces inventa tener demencia.
—Creó su propio mecanismo de defensa
—Así intenta vivir sin culpas...
—De nada le valió su manera tan cruel de vivir
—No, se quedó solo y terminó por internarse en un hospital
—¿Tan en serio se tomó su teatro?—asentí—pero, por más demencia que finja tener, cargará con el precio de todo lo que hizo...
—No me interesa, le odiaré aún en mis otras vidas. La tía Sara dejó de vivir en su viejo apartamento
—¿Por fin se compró algo más grande?
—Se fue de la ciudad
—¿Se fue?
—Sí. Un día me encontré con una de sus vecinas y me lo contó todo mientras yo seguía caminando
—¿Alex? ¡Claro que eres tu! ¿Cómo está tu tía? No ha vuelto a enviarme cartas, lo ultimo que supe es que lo encontró—la miré incrédulo—¿no lo sabes? ¡A su amor! lo encontró ¿no estás feliz?
La tía Sara también se había cansado de la vida que tenía, había vuelvo a su pueblo de origen con una meta: volver a encontrar al hombre que le había obsequiado el libro. al parecer, él no se había casado como ella había estado creyendo todo ese tiempo:
—¿Cumpliste al fin tu sueño de ser una importante arquitecta?—le preguntó él después de que ambos charlaron
—Lo hice
—Ahora ¿no es tiempo de que yo cumpla el mío?
—¿Tu sueño?
—Sabes cual ha sido mi sueño...
—¿La panadería de tu padre?—pero el se puso de rodillas pidiéndole matrimonio, a lo que la tía Sara aceptó encantada. O al menos eso es lo que se dice
—Vaya, ¿Quién lo hubiera imaginado?—dijo Tiburcio
—Al menos alguien en toda esta historia tuvo su final feliz...
Hace un año que estoy sin Alex, pronto cumpliré los treinta, y antes de comenzar a mostrarte mis diarios entendí qué debo hacer.
—¿Cuál es tu plan?
—Solo necesito mi paga ahora que todo acabó
—Sí, publicaré tu historia, pero se tardará un tiempo. Aún así, te daré lo que acordamos ya que tienes tanta prisa.
—No tengo mucho tiempo para esperar. Sé que usted será justo
—Está bien—el hombre sin cuello al que ya le había tomado algo de aprecio firmó un cheque
—Aquí tienes
—Gracias. Por favor encárguese de que mi historia, la historia de Alex llegue a cada rincón posible, cuando eso suceda, el dinero que me corresponda, envíelo a esta cuenta—le di un papel
—¿A quien le pertenece?—pero yo ya me había ido
Fui a la estación de tren y compré un boleto para el primer tren que me llevara a mi antiguo pueblo. Me sentía satisfecho al saber que el recuerdo de Alex seguiría en los corazones de las personas tras haber compartido nuestra historia.
Cuando llegué, ya estaba comenzando a oscurecer. Tomé un taxi que me llevara hasta el orfanato
—¿En que te puedo servir? Ya es un poco tarde ¿podrías venir mañana?
—No, solo necesito que tome esto—le dije tendiéndole un sobre
—¿Qué es esto?
—Hay dos sobres dentro de este paquete. Uno es para el orfanato y el otro lleva el nombre de Ney, necesito que se lo de a él
—¿Alex? ¿Eres...? ¿Eres el sobrino de Sara?
—¿Recuerda a Ney?
—Por supuesto, pero ¿por qué no se lo entregas personalmente?
—Tengo prisa
—Está bien, pero , bueno, claro ¿Qué es?
—Gracias por su paciencia—y me fui sin darle más explicación
En el sobre que iba dirigido al orfanato, había entregado las escrituras de la casa que habíamos comprado Alex y yo, podrían venderla y tomar el dinero para su beneficio, además, la mitad de regalías que obtendría por la publicación de la novela, irían directamente a su cuenta. En el sobre que iba dirigido a Ney, le entregaba el cheque que había recibido por parte de Tiburcio y le contaba que él también recibiría la otra mitad de las regalías con el fin de que culminara sus estudios sin problema alguno.
Fui a la floristería por las flores más hermosas que podían tener. Y le pedí un favor a un tipo en un callejón
—¿Está seguro de que me dará tanto dinero?—asentí—Bueno, si es así...
Fui al cementerio. Coloqué las flores sobre la lapida de mamá y charlé con ella contándole cuanto dolor había en mi pecho y cuando las palabras se acabaron, saqué de mi mochila la única fotografía donde estábamos mamá, papá y yo. Me recosté sobre el cemento frio y saqué lo que le había comprado al tipo del callejón. Ahora todos estaríamos juntos.
Mi entierro fue rápido. Solo asistieron la tía Sara, su pareja, Esteban, su esposa y su hija, David, la señora, el señor y Amanda... De papá, no se volvió a saber nada.

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Lágrimas del destino.
RomanceAlex y Alex. Dos mundos diferente que se relacionan por obra del destino pero, el mismo, se encarga de que todo su camino sea amargo.