Capítulo 28

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Después de que Alex y yo nos comprometiéramos, le escribí una carta a papá. Recordaba cómo había reaccionado la última vez que lo había visto. Desde entonces no habíamos tenido comunicación, pero mi boda era algo importante en mi vida y a fin de cuentas él era mi familia y quería compartírselo.

—Y ¿Qué pasó con el padre de Alex?—quiso saber Tiburcio

—Bueno, aunque rara vez volvía a poner un pie en su casa, tomamos la decisión de que nadie le diría nada, pero Alex quería que cuando la fecha se fuese acercando, decírselo.

—¿De verdad él no se dio cuenta?¿No había nadie que se lo dijera?

—Es que de por si solo lo sabíamos nosotros cuatro

—Ya, bueno, entonces ¿Qué pasó con lo de tu padre?

—Ah, sí. Bueno, escribí la carta. Me tardé varias horas pensando en cuales palabras serías la más adecuadas, pero cuando me decidí a ir a entregarla, cambié de opinión

—¿No la enviaste?

—No, pero fui a la finca

—¿Qué?—preguntó Tiburcio bastante asombrado—¿De nuevo? pero, es que acaso ¿no recordabas lo que había sucedido la última vez?

—Sí y no iba por él específicamente, además, bien claro tenía que mis antiguas esperanzas de ser lo más cercano a una familia feliz, era simplemente una idea tonta del pasado.

—¿Entonces?

—Pronto iba a recibir mis primeros días de vacaciones en el trabajo. Quería ver a Esteban, David y a sus padres, por supuesto

—¿Quiénes eran ellos?

—¿Esteban y David?

—Sí

—Los hijos de los dueños de la finca donde solía vivir

—¡Ah, cierto! pero ¿no era que casi nunca estaban?

—Probaría suerte, además al menos la señora, era muy común verla en casa. Entonces, después de mencionárselo a Alex,, cuando por fin llegaron mis días libres, hice mi maleta, me despedí de la tía Sara y tomé el primer tren con destino a mi antiguo hogar.

Cuando llegué, pasé primero por el mercado al que solía ir para acompañar a mamá en los tiempos que solía vivir con ella. El olor a especias, verduras, el bullicio de las personas, todo me hacía sentir algo nostálgico. No había vuelto a aquel sitio hace tanto tiempo y aún así no eran muchas las cosas que habían cambiado.

—Señora ¿me puede dar dos trozos de ese? por favor-—le dije a una vendedora de pan—Sí, muchas gracias.

Seguí caminando, nadie me reconoció, yo sí había cambiado...Compré algunos recuerdos pequeños para llevar a la tía Sara, a Alex y a su madre cuando volviera. También entré a una floristería para buscar algún ramo atractivo para llevarle a la señora de la finca, siempre había sido tan amable conmigo, bueno, con todas las personas, y nunca le había obsequiado nada como muestra de agradecimiento. Después de dar unas vueltas por aquí y por allá, busqué un taxi para que por fin me llevara a la finca.

—Se me hace usted conocido—me dijo el señor conductor—¿Es usted de por aquí?

—No, no vivo aquí

—Y ¿nunca lo ha hecho?

—Hace muchísimos años atrás

—¿Será que me equivoco?—seguía el hombre insistiendo. Tenía muchas ganas de quitarse la duda de quién era yo o al menos saber de quién era familia—¿Tienes usted familia aquí?

Lágrimas del destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora