Capítulo 40: Sentencia de muerte.

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DAMON

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DAMON

Veía a Antoni entrenar a los demás pero en realidad no le estaba prestando la atención que debía. Se supone que tenía que vigilar que lo hiciera bien, pero me daba lo mismo, mi mente estaba perdida en aquel encuentro con Luke Reed la noche pasada.

No pensé que podía encontrármelo en el bar, y mucho menos que me hiciera conversación. Parece un tipo normal, como cualquier otro, y si la gente supiera que es un pandillero de alto calibre. El rey de los líderes, el que quedó luego de que aquellos que gobernaron una vez se marcharan.

Era mi tío. ¡Que locura! Yo sabía quién era él, pero él no tenía idea de a quien tenía en frente. Era hijo de aquel hermano al que supuestamente traicionó, y dejó a su suerte para que los otros enemigos lo eliminaran. No sabía si tomarle cariño por la familiaridad que nos unía, o desearle lo peor.

—¿Lo estoy haciendo bien, jefe?—me habla Antoni con ironía y una mirada entre diversión y odio.

Resoplo y me pongo de pie.

—Podrías hacerlo mejor, pero ya no hay forma de enseñarte—lo dejo con cara de fastidio y me marcho dentro del almacén.

No estoy para lidiar con su mierda ahora mismo.

Busco a Marcelo en la oficina pero no lo encuentro.

—¿Dónde está Marcelo?—le pregunto a Jagger que se me atraviesa en el camino.

—En el laboratorio—me dice y se marcha a seguir con sus labores.

Tomo aire en mis pulmones y me dirijo allí.

El laboratorio está fuera del almacén, entre el bosque y el río, en una pequeña especie de búnker donde difícilmente se podría entrar sin autorización. Finalmente la puerta de metal se abre ante mí, marcada con signos de advertencia y un complejo sistema de seguridad. Con un rápido vistazo, deslizo la tarjeta magnética por el lector y la puerta se abre con un chirrido metálico.

No suelo venir nunca, no es que me agrade la creación de una nueva droga que tiene a todos por los aires, nunca he sido fan, así que trato de mantenerme al margen, pero las pocas veces que he estado aquí y cruzado el umbral quedo impresionado por la magnitud del lugar. La iluminación era tenue, pero suficiente para revelar un espacio amplio y meticulosamente organizado.

Varias habitaciones a los lados, con puertas de cristal en donde podías ver lo que hacían dentro. A mi derecha, había una fila de mesas de acero inoxidable, cada una equipada con instrumentos científicos de alta tecnología: microscopios, frascos de vidrio, y una variedad de dispositivos que apenas reconocía. El aire estaba impregnado de un olor químico, penetrante, una mezcla de productos que utilizaba en la creación del veneno blanco.

Mi Devoción #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora