treinta y siete (parte 2)

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Lola.


—¿Es una broma? —me giré a verlo, ambos esperábamos por el bus que nos llevaba a su maldita sorpresa.

Había una multitud de gente... y no, no se trataba de fanes o paparazis o lo que acostumbro a empujar para liberar el camino. De hecho, todos casi nos empujaban a nosotros que pasábamos totalmente desapercibidos entre todos.

Tom insistió en camuflarse entre la gente de Japón, sin ir en camionetas camufladas... más bien él estaba camuflado con toda la ropa que se había puesto para viajar con los demás sin que se dieran cuenta de quien iba debajo de toda esa ropa.

—No—se gira como puede a verme—, será divertido. ¡Tardé horas en conseguir todo lo que preparé para ti! —me agarra por los hombros sacudiéndome.

—Oh vamos, ¿qué has preparado? ¿Los preparativos para mi funeral? —rodé los ojos—, ambos vivimos en los barrios bajos por años y ¿por qué venir en transporte publico cuando podemos viajar con comodidad?

—Ts—llevó su dedo a mi boca—, no tienes que perder tu humildad...

—Nunca fui humilde—bufé cruzándome de brazos, siguiendo la mirada de todas las personas que me veían llevar mis leggins de gimnasia y mi top deportivo. Al parecer en Japón, llamo la atención al ser tan... voluptuosa—, ¿Qué carajos miran?

—Tampoco amable.

—¿Y si pedimos un taxi?

—Nop.

—¿Un uber?

—Es lo mismo, pecas—rió.

—Espero que te hayas limpiado ese dedo antes de tocarme la maldita cara—me aparté—, ¿por qué hace tanto frio a la mañana y al mediodía hace tanto calor? —chité molesta quitándome mi abrigo—, me suda la vagina.

—Dímelo a mí, el culo me picó toda la caminata—carcajeó fuertemente—, ¿me ayudas a darme una rascadita? —se voltea y lo empujo levemente.

—¡¡Cállate!! —ambos carcajeábamos hasta que sentí una mano tocarme el trasero y no eran precisamente las de Tom. Rápidamente volteé y ahí vi a un tipo que se reía mientras caminaba lejos de mí—, ¡¡oye!!

—¿¡Que pasó?! —Tom se asustó.

—¡Ese idiota tocó mi trasero! —lo señalé resignada, en realidad no quería darle importancia quizá solo fue un error mío—, oh... se reía de eso—noté como un hombre mayor insultaba en mandarín resbalándose con el excremento de su perro—, claro... ¿Tom? ¿¡Tom?! —comencé a correr detrás de el—, ¿¡Que haces?!

—Lo mataré—caminaba apresurado entre la gente mientras yo trataba de agarrarlo.

—¡¡Fue un ERROR!! —agarré su brazo, pero se zafó—, ¡¡Tom!!

𝗟𝗢𝗟𝗔 | 𝒕𝒐𝒎 𝒌𝒂𝒖𝒍𝒊𝒕𝒛Donde viven las historias. Descúbrelo ahora