8: Una promesa es una promesa

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Choi WooShik tenía muchas identidades.

Unos días era un famoso ajedrecista. Otros, trabajaba como bartender en un lujoso y exclusivo bar en Busan. Y otros días, generalmente ocupando gran parte de su rutina, era el secretario del mismísimo gobernador, teniendo su escritorio al lado de la entrada a la oficina en la casa azul.

Destacaba por ser un joven prodigio, graduado con honores en la universidad nacional de Seúl en la carrera de mercadeo y finanzas. Quedando en el cuadro de honor como uno de los mejores estudiantes de la última década. También en los deportes era una mina de oro, destacando principalmente en el go y el ajedrez, llevándose varios trofeos a lo largo de su vida que su padre con mucho orgullo siempre brillaba los sábados en las mañanas. También era un buen hijo, siempre buscaba la manera de ayudar a sus padres económicamente y les daba todo lo que ellos quisieran. Los Choi no podían pedir más.

Sin embargo, esa perfección sólo era una más de sus identidades.

WooShik también era jefe de la mismísima kkangpae en Busan.

Los amigos de los que le hablaba a sus padres y con los que supuestamente tenía viajes constantemente no eran nada más que sus subordinados que le acompañaban en saldar deudas y siempre que él estaba sentado en una silla de cuero, bebiendo de un buen whisky, ante él estaba algún deudor siendo brutalmente golpeado y torturado.

- ¡Por favor! ¡Jefe, le pagaré! ¡Le juro que le pagaré!

Para WooShik, el mundo era un tablero de ajedrez y la vida una partida fugaz en la que se debían tomar ciertas posturas para poder sobrevivir. Había que ser tan débil como un peón, tan ágil como un caballo, tan amenazante como una reina y a veces, tan vulnerable como un rey.

-Córtenle la lengua.

Pero a veces, era la ambición del ajedrecista lo que hacía que la partida se viera por perdida. Usar tantas fichas a la vez podía ser una estrategia mortal que acababa en el jaque mate.

Y aún siendo una reina no dejaba de ser también un peón ubicado al costado del rey. Tecleando lo mismo en la computadora, llevando el mismo café, diciendo la mismas palabras a las visitas exclusivas que recibía el gobernador y ocultando a una amante diferente del gobernador a su esposa, eran aspectos de su rutina que comenzaron a hacerle ruido cuando llegó a los treinta años y tras soplar las velas miró a su alrededor.

Ver tanta gente del común, con una vida común, acabaron por hacer un fuerte contraste con su vida. Su identidad como secretario, como peón, era tan irrelevante como la de esas personas que cantaron por su cumpleaños. Usaban ropa común, tenían una rutina común y tenían preocupaciones comunes. Él dentro de su rutina vestía de la misma manera que ellos, no tenía pareja, tampoco tenía hijos, mucho menos mascotas y su apartamento no tenía nada especial como su rutina.

Y fue en ese instante donde comenzó a sentir asco por su propia identidad hasta ver como consuelo a la ficha de la reina. Pasó de dirigir sus negocios en la kkangpae una vez al mes a hacerlo hasta cuatro veces a la semana. Cancelaba reuniones a beber cerveza, cancelaba citas con mujeres que querían una relación seria y comenzó a fumar incluso delante de sus padres, según él por el estrés laboral.

Tenía en mente una sola cosa: Sacar dinero de la casa azul para su propio beneficio.

Trabajó duro para ser ascendido y tuvo acceso directo a todas las fuentes financieras del gobernador. Se ganó su confianzas con un par de cocteles y salidas a jugar golf. Todos los ingresos que entraban a la casa azul pasaban primero por sus manos y un 70% se iba destinado a una cuenta bancaria de una empresa fantasma de telecomunicaciones. Los supuestos servicios se les eran otorgados a la gente por grandes sumas de dinero, para después no contestar las llamadas y reclamos cuando el servicio salía jodidamente deficiente.

El Lirio Entre Las Adelfas ||TK||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora