Lexa

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Sentía una de sus manos aferrarse fuerte a su nuca y la otra presionarse con fuerza en su cintura, apretaba sus dedos en ella, seguramente le dejaría alguna marca, no pensaba parar, no podía parar, estaba apunto de cumplir su objetivo, escuchaba sus gemidos pegados contra su oído, ya casi estaba y ella habría terminado por aquel día, habría cumplido con creces aquella noche. Le susurró al oído "Vamos mi amor, córrete para mí" y la mujer gimió más fuerte, ejerciendo más presión en su cuerpo, clavándole las uñas, moviéndose bajo su cuerpo desnudo mientras su mano se encargaba de masturbarla. Entre gemidos y jadeos escuchó cómo le pedía "No pares Heda" y ella quería que se corriera ya, quería poder dejarse caer sobre la cama y marcharse de allí poco después. Aceleró los movimientos de sus dedos y la mujer tiró de su nuca hacia ella al empezar a perder el control de los movimientos de su cuerpo, se movía brusco, desnuda contra ella. Acarició su clítoris más lento cuando dejó de gemir tan fuerte y sus movimientos eran mucho más sutiles. Lo hacía de esa forma porque sabía que le gustaba así, que quería que lo hiciera, que la siguiera acariciando porque le gustaba sentir sus dedos. Y por fin llegó el momento de dejarse caer boca arriba en el colchón. Ladeó la cabeza para mirarla.

Harriet, una mujer de cincuenta y dos años, mantenía los ojos cerrados e intentaba acompasar su respiración. Al principio no podía hacer aquello, mirarlas, aunque no siempre tuvo que acostarse con ellas, eso vino después, por la necesidad. Ahora simplemente se lo tomaba como un trabajo, cómo otro cualquiera, que le permitía hacer frente a todas sus necesidades. Era automático, dónde su cerebro creaba un espacio solo para ella, para que viviera allí mientras aquellos encuentros pasaban, dónde estaba segura, lejos de la realidad, porque aunque se había acostumbrado, eso no era lo que quería para ella, pero cuando es la única solución, después de haber probado todas las demás, tienes que aceptarlo como un regalo. Y así se lo tomaba, como una oportunidad y aquellas mujeres cómo su esperanza. En realidad no estaba tan mal, no en sus condiciones.

—En dos semanas tengo una cena importante ¿Podrías venir conmigo?—La mujer se giró también hacia ella. Eso era lo que hacía ahora, acompañar a mujeres ricas a eventos importantes y satisfacer sus necesidades después. Les gustaba que las vieran con ella, una mujer joven y guapa, de veintiséis años dispuesta a hacerlas quedar bien y darles placer cuando la noche acabara. Tenía su cartera de clientas, la mayoría de ellas fijas y cada vez la llamaban más, a algunas podía decirles que no, esa era una de las grandes ventajas. En aquel momento podría contar con cinco, Harriet, con la que compartía cama en aquel momento, Diane, una mujer de sesenta años, Gloria, de cincuenta y siete, Rachel, cuarenta y uno y Patricia que rozaba los cincuenta, todas exitosas empresarias o esposas de hombres ricos que claramente no las atendían lo suficiente, ellas eran su fuente fija de ingresos y tan solo aceptaba alguna más, de forma esporádica cuando le convenía o le convencía.

—Por ti, puedo hacer un hueco

Aquella mujer le sonrió y acarició su cara. Eso era lo máximo que podían hacer, nada de besos, simplemente caricias. En el sexo ella mandaba, cumplía sus deseos y sus fantasías y muy pocas veces eran las que se dejaba tocar, podía contarlas con los dedos de las manos y todo supeditado a cuanto estuvieran dispuestas a pagar unido con la falta que le hiciera a ella el dinero. Se convenció a sí misma de que hacía lo correcto, que no lo hacía por ella y por ese simple hecho merecía la pena todo lo que tuviera que hacer. Complicado, al principio fue muy complicado, darle el "Sí" a aquella idea por pura necesidad. Al principio solo hacía de acompañante, sinceramente aquello estaba bastante bien, conoció lo que era el lujo y disfrutar de él, a todo el mundo le gustaría poder sentir aquello por una vez en su vida, era la cosa se torció, se complicó y tuvo que dar un paso más porque necesitaba el dinero

—¿Vas a quedarte un rato más?

—No, debería irme ya, pero ha sido un placer compartir esta noche contigo

Nuestras cicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora