CAPÍTULO 3. EL AUTOBÚS NOCTÁMBULO

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Después de alejarse varias calles, Harry se dejó caer sobre un muro bajo de la calle Magnolia, jadeando a causa del esfuerzo. Se quedó sentado, inmóvil, todavía furioso, escuchando los latidos acelerados del corazón.

Un extraño cosquilleo en la nuca le provocaba la sensación de que lo estaban vigilando, se incorporó con la varita en la mano.

—¡Lumos! —susurró Harry.

La puerta del garaje se iluminó y Harry vio allí, la silueta descomunal de algo que tenía ojos grandes y brillantes. Se echó hacia atrás. Tropezó con el baúl.

Sonó un estruendo y Harry se tapó los ojos con las manos, para protegerlos de una repentina luz cegadora…

Un segundo más tarde, un vehículo de ruedas enormes y grandes faros delanteros frenó con un chirrido en el lugar en que había caído Harry.

Era un autobús de tres plantas, pintado de morado vivo, en el parabrisas llevaba la siguiente inscripción con letras doradas: AUTOBÚS NOCTÁMBULO.

El cobrador saltó del autobús y dijo en voz alta sin mirar a nadie:

—Bienvenido al autobús noctámbulo, transporte de emergencia para el brujo abandonado a su suerte. Alargue la varita, suba a bordo y lo llevaremos a donde quiera. Me llamo Stan Shunpike. Estaré a su disposición esta no…

El cobrador se interrumpió. Acababa de ver a Harry, que seguía sentado en el suelo.

—¿Qué hacías ahí? —dijo Stan.

—Me caí —contestó Harry.

—¿Para qué? —preguntó Stan con risa burlona.

—No me caí a propósito —contestó Harry enfadado. De pronto recordó por qué se había caído y se volvió para mirar en el callejón, estaba vacío.

—¿Qué miras? —preguntó Stan.

—Había algo grande y negro —explicó Harry señalando dubitativo— Como un perro enorme…

—¿Cómo te llamas? —preguntó Stan.

—Neville Longbottom —respondió Harry dando el primer nombre que le vino a la cabeza— Así que… así que este autobús… ¿Has dicho que va a donde yo quiera?

—Sí —dijo Stan con orgullo— A donde quieras, siempre y cuando haya un camino por tierra. No podemos ir por debajo del agua. Nos has dado el alto, ¿verdad? —dijo— Sacaste la varita y… ¿verdad?

—Sí —respondió Harry rápidamente— Escucha, ¿cuánto costaría ir a Londres?

—Once sickles —dijo Stan— Pero por trece te damos además una taza de chocolate y por quince una bolsa de agua caliente y un cepillo de dientes del color que elijas.

Harry sacó el monedero y entregó a Stan unas monedas de plata, subieron. No había asientos; en su lugar, al lado de las ventanas con cortinas, había media docena de camas de hierro.

—La tuya es ésta —susurró Stan metiendo el baúl de Harry bajo la cama que había detrás del conductor.

— Éste es nuestro conductor, Ernie Prang. Éste es Neville Longbottom, Ernie.

—Vámonos, Ernie —dijo Stan sentándose en su asiento, al lado del conductor. Se oyó otro estruendo, autobús noctámbulo pasaba a velocidad tremenda por una calle.

—¿Cómo es que los muggles no oyen el autobús? —preguntó Harry.

—¿Ésos? —respondió Stan con desdén— No saben escuchar, ¿a que no? Tampoco saben mirar. Nunca ven nada.

Sky Swift y El Prisionero De Azkaban Donde viven las historias. Descúbrelo ahora