16. La pinza de cabello rosa y la sorpresa

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— Que bien huele tu auto. — Digo por... No se cuánta vez. Cada vez que me subo al auto de Enzo huele delicioso.

— Ya lo se. Siempre me lo estás diciendo. — Se ríe mientras me pongo el cinturón de seguridad. — Ten. — Me da un cubre bocas. — Pontelo antes de entrar al apartamento. Hay mucho polvo y no quiero que te dé alergia.

— Gracias. — Digo y lo dejo sobre mis piernas para no olvidarlo. El comienza a conducir y yo observo como siempre anonadada como sus músculos se tensan al girar el volante. — Te ves muy sexy conduciendo.

— Y tu vas mejorando. — Me mira un segundo y vuelve a mirar hacia delante.

Ah, si. Enzo ha estado dándome clases los fines de semana. Al menos puedo conducir sin dañar a nadie.

Después de unos quince minutos llegamos. Me pongo el cubre bocas y me bajo del auto. Enzo abre el apartamento y si que hay polvo. Tenemos mucho que hacer hoy.

— Dado el estado de tu nueva casa creo que si le avisaré a mi hermano que me quedaré a dormir. Esto se termina bien de noche. — Digo sacando mi teléfono. Le escribo el mensaje a Lucas y veo la hora. Son las cuatro de la tarde.

— ¿Acaso quieres quedarte y aprovecharte de mi durante la madrugada? — Me toma por la cintura acercándome a su cuerpo.

— Bueno. También. — Me río y me besa el cuello. No de esos besos de lujuria. Sino de esos que son cariñosos y se sienten bien bonitos.

— Te amo. — Creo que suspiro porque el se ríe. — Tonta. — Me toma los cachetes con las manos como si fuera un bebé.

— ¡Ay! No hagas eso. — Le doy un manotazo.

— Para tu buena suerte mi cama si está organizada. — Me guiña un ojo.

— ¡No! Vine a ayudarte a limpiar. No te aproveches de mi. — Digo formando una cruz con mis dedos frente a el. — Atrás Satanás. — Nos reímos.

...

— ¿Esta donde la coloco?

Después de haber limpiado y sacudido todo estoy ayudando a Enzo a organizar los cuadros y fotos familiares que tiene en una de las cajas. Hay de todo. Sus padres de luna de miel en Italia. Sus abuelos de vacaciones en París.

Y me doy cuenta que tiene un gran parecido con su abuelo. Aunque tiene los ojos de su madre. Y tenía razón. Su madre era hermosa. Pongo ese cuadro en la mesita de noche junto a su cama y saco otro de la caja.

En la foto están el y otro chico. El cual supongo es su hermano porque se parecen un montón.

— Ah. Esa foto fue unos meses antes del terremoto. Creo que fue la última foto así que nos tomamos. En el teléfono tengo más. Pero de las que tengo enmarcadas esta es la última. — Sonríe cuando la ve.

— Se parecían mucho ustedes. Eso de ser guapo lo traen en la sangre.

— ¿Acaso estás mirando a mi hermano frente a mi y diciendo que está guapo? — Me hace cosquillas.

— ¡No, no! Perdón. — me río y lo empujó haciendo que se caiga de la cama. — ¿Estás bien? — Lo miro pero sigo riéndome.

— ¿No tendrás alguna fantasía sexual con golpearme y maltratarme? — Ruedo los ojos y me pasa otra caja. La abro y estornudo por el polvo.

Comienzo a sacar objetos bastante antiguos y Enzo me explica que eran de su abuela y los tiene como recuerdo. Hay hasta una pequeña cajita con joyas.

— Están preciosas. — Digo mirando los collares. Su abuela definitivamente fue alguien de muy buen gusto.

La teoría del hilo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora